"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

lunes, 9 de julio de 2012

El leuro (III)


La fiesta terminó:

                    Cuando el capitalismo, siempre tan obcecado, volvió a generar su tradicional crisis, debida a que los bolsillos de los obreros están exhaustos y no es posible venderles más mierda de la que producen en sus fábricas y ya no cuela engañarlos metiéndoles en el bolsillo dinero prestado o bajando los precios de lo que compran abaratando costes mediante la deslocalización (que a su vez manda al obrero nacional al paro y le vacía el bolso), entonces, y sólo entonces, el tenderete se cae. Se echan cuentas y resulta que nos sale una pasta a pagar. A la hora de pagar el sector privado (primero los empresarios de la construcción y luego los de la banca privada) se hace el “sueco” (son más europeos que nadie) y las autoridades europeas exigen el pago a los Estados, como responsables subsidiarios o, en algunos casos, con carácter solidario.

                  Los Estados, por su parte, se encuentran con un doble problema: tienen que asumir una deuda que no es suya y, además, generan una deuda propia derivada de, por un lado, la caída de ingresos tributarios por el deterioro de la situación económica y porque tienen una estructura impositiva basada en un crecimiento artificial; por el otro, no tienen ni han hecho “guardiola” (ni la persona ni el cerdito) porque bajar impuestos era de izquierdas, porque ningún ministro de hacienda neoliberal español (Rato, Montoro, Solbes, Salgado) hubieran tolerado que, en época de crecimiento, el Estado hubiera ahorrado un sólo euro, pudiéndolo dejar en manos privadas. Toda esta gente abandonó a Keynes (el gran salvador del capitalismo, con un poco de suerte su abandono supondrá el fin de este ominoso sistema) en la época de la vacas gordas y, ahora, en la época de vacas flacas, se acuerdan, como la cigarra, de lo que no hicieron en su día.

                 Como el lector enseguida se dará cuenta, en toda esta descripción de la crisis el euro juega un papel secundario: hubiera habido o no euros o pesetas la crisis económica mundial se hubiera producido, sería igualmente la crisis más grave del capitalismo y estaríamos en igual o parecida situación, a no ser que hubiéramos tenido políticos de otra talla y valía que hubieran frenado la especulación, regulado y reglamentado la economía y hubieran acumulado fuertes superávits presupuestarios, resistiendo las acusaciones y embates del “facherío burgués-empresarial-españolista-neoliberal” (lo que ahora se conoce de forma sintética como “austriacos” y entonces era la COPE) que, en aquella época les hubieran acusado de “soviético-cubano-venezolano-norcoreanos”.

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