La fiesta terminó:
Cuando el capitalismo,
siempre tan obcecado, volvió a generar su tradicional crisis, debida
a que los bolsillos de los obreros están exhaustos y no es posible
venderles más mierda de la que producen en sus fábricas y ya no
cuela engañarlos metiéndoles en el bolsillo dinero prestado o
bajando los precios de lo que compran abaratando costes mediante la
deslocalización (que a su vez manda al obrero nacional al paro y le
vacía el bolso), entonces, y sólo entonces, el tenderete se cae. Se
echan cuentas y resulta que nos sale una pasta a pagar. A la hora de
pagar el sector privado (primero los empresarios de la construcción
y luego los de la banca privada) se hace el “sueco”
(son más europeos que nadie) y las autoridades europeas exigen el
pago a los Estados, como responsables subsidiarios o, en algunos
casos, con carácter solidario.
Los Estados, por su
parte, se encuentran con un doble problema: tienen que asumir una
deuda que no es suya y, además, generan una deuda propia derivada
de, por un lado, la caída de ingresos tributarios por el deterioro
de la situación económica y porque tienen una estructura impositiva
basada en un crecimiento artificial; por el otro, no tienen ni han
hecho “guardiola” (ni la persona ni el cerdito)
porque bajar impuestos era de izquierdas, porque ningún ministro de
hacienda neoliberal español (Rato, Montoro, Solbes, Salgado)
hubieran tolerado que, en época de crecimiento, el Estado hubiera
ahorrado un sólo euro, pudiéndolo dejar en manos privadas. Toda
esta gente abandonó a Keynes (el gran salvador del
capitalismo, con un poco de suerte su abandono supondrá el fin de
este ominoso sistema) en la época de la vacas gordas y, ahora, en la
época de vacas flacas, se acuerdan, como la cigarra, de lo que no
hicieron en su día.
Como el lector enseguida
se dará cuenta, en toda esta descripción de la crisis el euro juega
un papel secundario: hubiera habido o no euros o pesetas la crisis
económica mundial se hubiera producido, sería igualmente la crisis
más grave del capitalismo y estaríamos en igual o parecida
situación, a no ser que hubiéramos tenido políticos de otra talla
y valía que hubieran frenado la especulación, regulado y
reglamentado la economía y hubieran acumulado fuertes superávits
presupuestarios, resistiendo las acusaciones y embates del “facherío
burgués-empresarial-españolista-neoliberal” (lo que ahora
se conoce de forma sintética como “austriacos” y
entonces era la COPE) que, en aquella época les hubieran
acusado de “soviético-cubano-venezolano-norcoreanos”.
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