"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

lunes, 20 de febrero de 2012

Mafalda

 

            El beneficio obtenido por la producción e intercambio de bienes y servicios es como la sopa contenida en una sopera, decía Marx en alguno de sus escritos. De esa sopera comemos todos, capitalistas y obreros. Sólo que los primeros se sirven de un cucharón y los segundos (en el primer mundo) lo hacemos con una cuchara. La reforma laboral, y las sucesivas reformillas iniciadas con el gobierno “socialista” anterior, pretenden rebajar el gasto en  cubertería cambiándonos la cuchara por cucharilla. Es un primer paso, porque el fin último, es que los trabajadores tengamos que servirnos y comer la sopa con palillos, como los chinos (y, posiblemente, comprados por nosotros mismos en los chinos).

 

           Parece obvio decirlo, pero es evidente que el tamaño de cucharas, cucharones y cucharillas no afecta, en absoluto,  a la cantidad de sopa que se pone encima de la mesa. La reforma laboral no pretende, como se dice, aumentar el tamaño de la sopera ni la cantidad de sopa: la reforma laboral sólo pretende un nuevo reparto de la riqueza (un “new deal” pero al revés) en el que, del producto social, el obrero participe menos: más cantidad de sopa para el capital, que correrá al casino financiero de la esquina a emplearla “en caóticos juegos de azar”(*), mientras el pobrecito obrero “que no tiene ni pa´l sombrero”(**) se muere de hambre.

 

            El argumentario neoliberal juega “el arte de tergiversar”(***) aprovechándose de la ignorancia, la desesperación y la credulidad de los trabajadores desempleados: soluciones mágicas que, después de todo, no les pueden perjudicar porque ya no tienen nada.

 

            Lo cierto es que el fortalecimiento de los derechos de los trabajadores, el paso de cucharilla a cuchara, sin olvidar que los otros siguen aferrados a su cucharón, ha ido parejo a la mejora de sus condiciones de vida. A “sensu contrario” el debilitamiento de sus derechos, conllevará, ineludiblemente más tarde o más temprano, el empeoramiento de su nivel de vida. Esto sigue siendo un “juego de suma cero”, que es como los economistas “asépticos” llaman a la lucha de clases, en este caso, la batalla por la cubertería.

 

            Es cierto que los otros empezaron primero. Es cierto que el Estatuto de los Trabajadores, que, por lo visto, debía ser muy progresista en su redacción original, ha sido atacado por los Gobiernos de González, Aznar y Zapatero. Pero, con Rajoy esto ha llegado al límite. Pobrecitos empresarios: ¡Si no querían caldo, ahí tienen dos tazas!

(*)Disidencia.

(**) La Polla Records.

(***) “Los que lo tienen todo juegan bien/ el arte de tergiversar./Para que muchos no tengamos más/ que esta mierda de bienestar” (Disidencia)

jueves, 9 de febrero de 2012

Moriarti

             Hace unos días, en el turno de réplica del post Anduva, tendía la siguiente trampa saducea a uno de los lectores. Respecto de un economista que citaba en su comentario, Röpke, le contestaba así:

            "Sus teorías de ser algo, no son ni liberales ni socialistas, ni socialdemócratas ni socialiberales, ni democristianas, ni nada de nada, dice él, aunque parece que bebe de todo un poco: la economía social de mercado es también indefinida: en el fondo son unos palmeros de las doctrinas económicas de Adenauer: "tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario"... Y, como ya sabes que me gusta ser críptico ¿consideras esa frase liberal o socialdemócrata?"

                 Como ha pasado tiempo y nadie ha caído en la trampa, me permito hacerla extensiva al resto de los lectores. Pero como cuento con un rapidísimo (Runner) rastreador de la información contenida por Internet  es posible que "la trampa me salga palanca", por lo que seré yo mismo el que desvele el truco: la frase, es comunmente utilizada por sectores liberales, como el caso del actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, tal y como se puede ver aquí.

                ¿Queda claro, no? Pues resulta, mire usted por dónde, que también es un slogan de su "compi", vecino y, sin embargo, rival, Hugo Chávez: también la ha pronunciado en sus mítines, como se ve aquí, con la tradicional objetividad que caracteriza al periódico del Perro Idiota: "Tanto Estado como sea necesario, tanto mercado como sea posible" pasa a ser, por arte de birbibirloque, un eslogan de la revolución socialista del siglo XXI.

                   En el fondo, la frase suena tan bonita como hueca es: los conceptos "posible", "necesario" son tan variables como personas hay en el mundo: en el caso de "estado necesario" la gama va desde el inexistente (o reducido al sostén de la policía) hasta el estado socialista, el único necesario, por cierto, para garantizar la dignidad humana. Por su parte el concepto "mercado posible" también abarca desde el infinito hasta la nada: en las actuales circunstancias de desigualdad, monopolios y oligopolios, de falta de información, de escasez y finitud de recursos... el mercado posible es, o debería ser, CERO.

                    En esta frase como en ninguna otra se aprecia la vaciedad de lo puramente semántico, algo a  lo que deberíamos estar acostumbrados tras el paso de Zapatero por la Presidencia del Gobierno de este país.

                     Al final, en cuestión de teorías económicas, como en todo, una cosa es predicar y otra dar trigo.



P.D. Esta mañana, Juan Torres, en un "tuit" decía: "Cuando algo está bien hay que decirlo. Me alegro de que Guindos se comprometa a abordar y solucionar el tema desahucios. Espero que cumpla". Un paso más y, en la wikipedia, aparecerá como economista liberal.

viernes, 3 de febrero de 2012

Parecidos razonables


               Durante muchos años los historiadores “convencionales” argumentaban que en la génesis del fascismo (en Italia, Portugal o España, por ejemplo) y el nazismo (en Alemania) estaba el descontento de una población empobrecida, harta del capitalismo y del socialismo real, dirigida y adoctrinada por un grupo autocrático que aspiraba a construir una “tercera vía”, exacerbando el sentido étnico y nacional de la población para construir una sociedad no democrática y, en lo económico superadora de los sistemas económicos presentes en los años treinta del pasado siglo.

               A esa visión del fascismo/nazismo se oponían los historiadores marxistas que consideraban que estos movimientos no eran más que “el brazo armado” del capitalismo en su lucha contra los avances del socialismo soviético. No pretendían ningún cambio en el orden económico aunque preconizaran un cierto “socialismo de mentirijillas”, la nacionalización de algunas empresas, la autarquía… sino que simplemente eran los perros de presa, los mamporreros de un capitalismo amenazado por otra forma de ver las cosas y establecer un nuevo orden económico sin explotación de la clase trabajadora.

               Hoy ya no se discute que esta segunda corriente tenía razón. Está fuera de toda duda el papel de fuerza de choque y de represión, mandada por el capitalismo, de los movimientos totalitarios fascistas y nazis: desde su ubicación geográfica (cinturón para contener la “invasión” soviética) hasta  sus relaciones con las grandes corporaciones alemanas y estadounidenses. Si alguna empresa se nacionalizó fue simplemente para cambiarla de manos de un judío a un ario. Cosa distinta fue la utilización de las “masas”, envenenadas con los sentimientos más reptilianos que puede albergar el cerebro humano, para hacer creer que aquello era un movimiento de masas.

                 Al capitalismo no le importaron las atrocidades que se cometieron hasta que el doberman (“su” doberman) les mordió la mano: el expansionismo alemán amenazaba con alterar el estado de cosas en el poder capitalista (alterar los mercados, cambiar las primacías) y esto ya no se podía tolerar: a partir de ahí el desenlace que todos conocéis: destrucción del hijo pródigo, renegando de su paternidad.

                  Según los historiadores “convencionales” el Estado de Bienestar es una conquista de la socialdemocracia, de los partidos, sindicatos y movimientos sociales en el seno de la sociedad capitalista: son conquistas arrancadas al capital a costa de elecciones, huelgas, manifestaciones, negociaciones… El mérito del invento se lo debemos atribuir, a partes iguales, a los movimientos progresistas que trabajan desde dentro de un sistema económico capitalista, y a los propios capitalistas que, al final, han ido cediendo y concediendo, al abrazar la idea de una cierta justicia social.

               Según los historiadores marxistas el Estado de Bienestar es, efectivamente, una concesión a la clase trabajadora para evitar que se extendiera el modelo económico antagónico: el socialismo real. Una vez fracasado el “plan A” (fascismo), el “plan B” consiste en una serie de medidas para evitar que el trabajador occidental, explotado y depauperado pusiera sus ojos en el sistema soviético como solución a sus males. Peligro inminente que advertían los capitalistas que saben perfectamente que, sin esas concesiones llamadas Estado de Bienestar, las condiciones de vida del grueso de la población serían mejores al otro lado del telón de acero. Una vez derribado el bloque soviético, el Estado de Bienestar se convierte en un gasto superfluo cuyo destino debe ser parejo al Muro de Berlín: ¡a desmantelar, recortar y derruir, tocan! Por cierto, el desmantelamiento no empezó ayer, ni con la crisis; si no que se lo pregunten a Thatcher o a Reagan.

                Y hasta aquí puedo leer… Ahora, querido lector, ¿cuál de las dos teorías justifican mejor el origen del Estado de Bienestar?

miércoles, 1 de febrero de 2012

Anduva


                 En el equivalente inglés (Federación Inglesa de Fútbol) a nuestra Copa del Rey las eliminatorias se juegan a partido único en casa del rival más débil, el de categoría inferior. Para saberlo  no hace falta ni ser un forofo del fútbol ni haber vivido en el Reino Unido: basta con haber echado un par de partiditas en el FIFA o en el “pro”.
          En España se copió el modelo durante unas pocas convocatorias, pero enseguida se abandonó, porque perjudicaba los derechos televisivos: se podía colar, en fases avanzadas de la competición, algún equipo modesto que, fuera de su pueblo, suscitara poco interés. Seguramente ese problema no se planteará en el Reino Unido porque el televisor es un electrodoméstico poco extendido: ellos son más del “tam-tam”.
             De nuevo, un pueblo como el anglosajón, egoísta, clasista, mezquino e interesado nos da sopas con hondas. Como inventores de la mayoría de los deportes contemporáneos, impregnan parte de su idiosincrasia a las reglas de juego: el “fair play” (cuando les conviene) y la igualdad de oportunidades: esta regla de jugarse la eliminatoria  en el campo del más débil es una buena prueba de ello; se trata de dar al más modesto, más oportunidades, lo que los “tésnicos”  “ssshaman” el factor campo (“el factor canssssha” por seguir con el acento argentino).
            Buen ejemplo para hablar de la igualdad de oportunidades, algo que se lleva en el “a-de-ene” de las ideologías y personas progresistas, la “gente de bien” que diría Rajoy. Y un aspecto para la reflexión: igualar oportunidades implica dárselas al que no las tiene o tiene menos (discriminación positiva) pero también negárselas al que tiene “demasiadas" (como se hace lastrando los caballos de lo jockeys más ligeros): este segundo aspecto, que es la base, por ejemplo, del Impuesto sobre Sucesiones, desagrada a muchas personas. Las mismas, por cierto, que  apoyan esa “igualación destructiva” sin darse cuenta o “sin querer o sin querer evitarlo”, cuándo, siendo poseedores de una pequeña tienda reclaman que los centros comerciales o los “chinos” no puedan abrir las veinticuatro horas; cuándo, siendo constructores, exigen que se repartan las adjudicaciones de determinadas obras públicas, o cuándo, en general,  piden que se exijan más medidas de seguridad, laborales, ambientales “a los grandes”. Eso sí estos “oportunistas de la igualdad” se excusan en cien mil ideas peregrinas para justificar las limitaciones “al de arriba” basadas en la eficiencia, el riesgo, la calidad… negándose a admitir que de lo que se trata es, simplemente, de poner trabas al más fuerte, para evitar que nos coma la merienda.
            Esa idea de “joder al más grande” no debe ser mal vista. Es una necesidad de supervivencia, en primer lugar, y para construir un mundo más justo: una aspiración noble del ser humano, en unos tiempos en los que se nos hace creer que lo único humano es, precisamente, lo más inhumano de todo: la eficiencia.
               Menos mal que el boxeo lo inventaron también los ingleses. Si lo hubiéramos inventado nosotros, no sé si la Sanidad hubiera podido aguantar los resultados de mezclar pesos mosca con pesos pesados.