"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

jueves, 25 de marzo de 2010

La bola de cristal

          La subida que se avecina de dos puntos del tipo general (del 16% al 18%) y de uno del tipo reducido (del 7% al 8%) para la Ministra no va a suponer un alza de los precios de un dos por ciento; ¡qué va! Será de un puntito o así: un puntito se lo “chupa” el consumidor, otro puntito se lo “come” el vendedor y así “santas pascuas”: siempre de buen rollito. ¡Mira!, incluso nos viene bien: se ponen de acuerdo, tú cedes un poco, yo cedo otro poco y así favorecemos la solidaridad, la concordia, el juntos podemos, el “estoloarreglamosentretodos”...

        Todo esto lo sabe, por supuesto, mirando la bola de cristal.
          El fenómeno por el que un impuesto (o un coste en general) en un mercado acaba pagándolo el vendedor (oferente) o el comprador (demandante), independientemente de quién resulte legalmente obligado a ello, se conoce en el gremio como “traslación impositiva”. Tú, Hacienda Pública, di lo que quieras sobre quién quieres que lo pague, pero ya veremos sobre las espaldas (o bolsillos) de quién realmente recae.
          No hace falta ser economista para saber que quién pagará el pato no es una cuestión de patriotismo, ni de buenas vibraciones: es una cuestión de quién tiene más o menos “fuerza” en el mercado, si los vendedores productores, oferentes... o los compradores, consumidores, demandantes. Y esto depende del producto de que se trate y de la “elasticidad” de las curvas de oferta y demanda, para cada mercado en cuestión.
           Como esto último así dicho suena a chino, pondré un ejemplo: imaginemos que creamos un nuevo impuesto (o subimos el existente) sobre un producto donde los demandantes tienen muy pocas posibilidades de dejar de comprarlo: por ejemplo, sobre los ataúdes: porque haya un nuevo impuesto sobre ataúdes nadie va a dejar de morirse, ni es fácil que pidan menos de un ataúd por muerto (un Papa incluso necesita tres), ni siquiera creo que existan ataúdes “tres cuartos” para la ocasión. En estas circunstancias los vendedores de ataúdes no tendrán reparo en aplicar una subida del precio de este peculiar mobiliario prácticamente de la totalidad del nuevo impuesto, y el muerto (o sus familiares) tendrán que aguantarse. Esto se debe a que la curva de demanda de este producto es “inelástica”, es decir, que le eches lo que le eches, el consumidor tendrá que pechar con ello.
            Lo contrario sucede en el mercado de perfumes: si ponemos un impuesto sobre este producto y el vendedor trata de repercutirlo al comprador, se encontrará con que éstos se pasarán a la más limpia y barata costumbre de emplear agua y jabón para su higiene y, en caso de comprar, el frasquito les durará más (de día del Padre hasta Navidad fácilmente), lo economizarán mejor. En estas circunstancias, es poco probable que el vendedor pueda subir el precio del producto en la misma cuantía que el impuesto, por lo que tendrá que ser el que acabe pagando el pato, salvo que quiera reducir su clientela hasta quedarse sólo con el gremio de los políticos “chotunos”. Esto sucede porque en el mercado de este producto la curva de demanda es muy elástica: el comprador, en cuanto le subes el precio “se las pira” y se compra otra cosa, o se pasa sin ella(*).
            Sabiendo esto hay que tener una bola de cristal muy, pero que muy pulida, para poder determinar cómo se va a realizar la traslación impositiva de la subida de este impuesto en julio. Pero hay alguna pista sobre ello, que demuestra que la bola de la ministra tiene algunas dioptrías: la mayor parte del ingreso por IVA procede de tres consumos: la electricidad, el teléfono y los carburantes. Curiosamente los tres (todos al 18% en julio) tienen tarifas, más o menos fijas, y, por lo que respecta a este artículo, curvas de demanda bastante inelásticas: la gente podrá apagar algo más las luces, pero no creo que desenchufe la nevera por la noche o deje de cocinar o poner la lavadora. Tampoco creo que hable menos por teléfono porque, de hecho, el móvil crea adición. Y respecto de los carburantes, no creo que dejen de ir a trabajar a la nave en coche, a hacer la compra al “carrefú”, a usar el coche hasta para ir a mear...: en algunos casos porque no hay alternativa, y en otros, porque llevamos años adoctrinándoles para que vean en el “buga” la prolongación de su falo y, claro, ahora no se lo vamos a cortar.
           Por todo esto, recomiendo, Señora Ministra, que se ponga las gafas de ver de lejos (ésas tan raras en política) y que vuelva a mirar la bola de cristal: ¡a ver qué sale esta vez!





* La traslación depende también de la elasticidad de la curva de oferta pero por no marear al lector, no voy a explicar cómo.

2 comentarios:

  1. De hecho, ésa es la justificación del Secretario de Estado Campa (a sus anchas) para la subida del IVA: el que no toda se trasladará a los precios. No sólo este señor abusa de que los medios de desinformación general no van a hablar la inflexibilidad en la demanda de algunos bienes, sino que ignora a voluntad que muchos con el agua al cuello preferirán vender al coste que perder al cliente. Para rizar el rizo de la incoherencia, resulta ahora que dar marcha atrás sería peor todavía, según el mismo Campa, el de aquel manifiesto. O sea, la ley de los hechos consumados: la armo y luego digo que no hay vuelta atrás. Al menos dijo algo coherente y es que antes de reducir algún IVA determinado, van a pedir autorización a la Comisión Europea, no vaya a ser que lo anuncien a bombo y platillo y luego no se pueda hacer, como ocurrió con el IVA cultural.

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  2. Y no sólo el IVA cultural. Se redujo el tipo para las autopistas y luego el Tribunal de Justicia de las Comunidades nos condenó por ello. Pero, en fin, de ilusiones vive el tonto de los ...

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