"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

martes, 9 de noviembre de 2010

La Amenaza Fantasma VI

VI.- Una china en el zapato.

          Lo primero que hay que resaltar es que China no es más que otra “economía de mercado”: no es un Doctor No (en este caso Fumanchú) ni una única empresa estatal dirigida por una especie de Mao: su tejido económico es un conjunto de empresas, en un régimen parecido a la propiedad privada, por lo que “China” no actúa de forma distinta a cualquier agente económico del sistema capitalista: no tiene ningún interés en destruir el mundo, ni la raza blanca, ni imponer un régimen político... Trata de “vivir del chollo” igual que todos sus “compis” del mangoneo económico mundial.

          Dicho esto conviene destacar que sus empresas (más o menos privadas) están sometidas a un “dirigismo” estatal desconocido en occidente, por lo que, sin olvidar la esencia antes comentada, actúan de una forma mucho más uniforme y, si se quiere, más al dictado de Pekín, que sus homólogas en otros Estados (*), por lo que concebir esta pluralidad de sujetos como uno solo no es tanto disparate.
          Como bien sabemos, las empresas chinas venden más de lo que compran (¡vaya descubrimiento! esto lo hacen todas) y venden al exterior en su conjunto más de lo que compran (esto ya no lo podemos predicar de todo el mundo), bien sea porque tienen un mercado interior subdesarrollado o porque a los demás “nos ha hecho la boca un fraile”: el caso final es que, como resultado de su actividad comercial, obtienen un beneficio en forma de papel moneda, que de momento, como en las recetas vamos a reservar (sabiendo que está ahí).
            En sus compras y sus ventas las empresas chinas utilizan la moneda del imperio: el dólar. Algunos dicen que porque les da la gana: les conviene puesto que su mercado interior no es en dólares sino en su moneda local, lo que supone que los inputs que se localizan dentro del país y, en concreto, la mano de obra, se “compren” mucho más baratos y eso “mejore” el precio de venta del producto. Otros autores indican que “no les queda más remedio” toda vez que todas las transacciones internacionales deben realizarse en esa moneda, que es la única respaldada por la “sexta flota” (y por la cuarta y por la quinta...): esto por cierto sucede “aquí y en la China Popular” (**), aquí un poco menos gracias al euro, pero poco menos.
           Luego independientemente del resultado de su balanza comercial China necesita un “stock” de dólares para que su máquina de producción funcione: a medida que su máquina crezca este “stock” de dólares debe ser mayor de la misma forma que al aumentar el número de máquinas de una fábrica, aumenta la cantidad de aceite necesario para su engrase. Este creciente “stock” de dólares juega un papel “antiinflacionista” (es un dinero que desaparece del mercado por lo que el precio del dinero sube y el de las demás mercancías baja) relevante.

            En el otro platillo de la balanza deberíamos poner, claro está que una economía como la China en crecimiento, pelea por los recursos y los encarece, lo que supone un proceso inflacionista. De los dos efectos este último es, con seguridad mayor, pero nos remite a la causa de la inflación reseñada en los primeros capítulos (escasez de materias) que ya discutimos.
             Comprando y vendiendo en dólares el beneficio obtenido, que antes reservamos, lo es también en dólares. ¿qué hacen los chinos con esa acumulación de dólares? Pues lo mismo que los demás:
           Una parte de ellos se utilizan para remunerar factores: los factores internos se remuneran en la moneda local, por lo que antes hay que pasar por el Estado para convertir los dólares en yuangs. A partir de ahí los dólares quedan en manos del Gobierno Chino y empiezan las películas tipo James Bond que más adelante analizaremos.
            Otra parte se utiliza para aumentar la capacidad productiva, con las mismas consecuencias que en al caso anterior: si la máquina se compra al exterior se paga en dólares y punto. Si se adquieren terrenos o se encarga la construcción de una nave se paga en moneda local, previo paso por el Banco Estatal y listo.
             Y, finalmente, al resto se le busca algún otro tipo de “utilidad”: se puede salir a comprar empresas fuera de China, locales, terrenos... Pero, para lo que nos preocupa, lo más interesante es lo que sucede cuando chinos y Gobierno Chino mantienen lo que tienen en “dolares” o lo cambian por “dinero financiero” (deuda).
             ¿Por qué nos preocupa? Porque como pensamos en los chinos en términos de Fumanchú sospechamos que con estas dos armas pueden destruir la civilización occidental: ¿Cómo?. Lo veremos en el siguiente post.





          (*) Que también lo hacen, en una extraña simbiosis Gobiernos-Empresas, que como en la Santísima Trinidad (en este caso "Binidad") son dos personas distintas y, a la vez, una. De ahí que muchos autores no les guste el término “multinacional” sino que prefieren el de “transnacional”: estas empresas tienen un “homeland” y luego están extendidas por el resto del mundo, pero, resulta claro, tienen “patria” y todos los defectos que esto conlleva (bandera, fanatismo...)

            (**) Conviene acabar con la “pamema” de ciertos libros de texto, sobretodo en el ámbito contable, que dicen que al vender al exterior se cobra en la moneda del cliente y al comprar al exterior en la moneda propia o viceversa: al comprar y vender en el interior se usa nuestra moneda y al comprar o vender al exterior, se usa la moneda “universal”: el billete verde y, un poco el euro, cuyo éxito no viene como moneda de intercambio universal sino como moneda única de un mercado interior muy grande.
 

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