"¡Vamos a ver!¡Pero vamos a ver! Que los españoles somos trasnochadores, que estamos todo el día y toda la noche de juerga. ¡Bueno!, ¡Bueno!, ¡Bueno! ¡Cuanto listo hay leyendo el acorazado!¡Qué trasnochamos!¡Lo que hay que oir!"
"¡Mirad!, ¡Vamos a ver! Mirad por encima de vuestras cabecitas: los ingleses, sí, los ingleses ¿qué pasa con ellos? Estos señores...¡eh!... estos señores trabajan de 9 a cinco (“de nain tu faiv”) ¿me entiendes? Y como tienen una hora menos que nosotros pues resulta que entran a currar a las diez de la mañana de aquí. ¡Qué chollo!. Aquí, a las siete y veinte, cuando en la Ser desconectan para dar la información de Madrid (digo de Bassauri) ya están dando las retenciones a la entrada de la capital de todas las autopistas, autovías y radiales. El españolito ahí está, camino al curro, mientras el inglés tan pancho en la cama, aprovechando las casi tres horas que le quedan para entrar al tajo".
"Y por la noche, ¿qué pasa?¿eh?, ¿qué pasa?. Su telediario, segunda edición, por ejemplo. ¡Vale!, ¡Vale! Primero, no lo presenta una tía tan buena como Pepa Bueno (¡qué chiste más bueno, eh, Josebas!),;Segundo, se llama “de tenoclok nius” y, como su propio nombre indica se emite a las diez de la noche de allí, que son las once de la noche de aquí. ¡a las once eh! Y dura una horita (media nacional, media desconexión regional) Vamos, que casi es como la hora de Buenafuente de aquí".
Hasta alguien como Borja Pérez, en esta parodia de su triste vida es capaz de comprender uno de los principales problemas del amor por la noche español: que no tenemos el huso horario que nos corresponde. Pero hay otro problema que no creo que Borja sea capaz de identificar así que lo expondré yo por él.
Este problema es más profundo y tiene causas (como no) económicas y sociales. Personalmente he visto tíos hastalastantas, mangándola en Picadilly Circus y, especialmente en el Trocadero. Lo mismo en la plaza del Ayuntamiento (o de la catedral no me acuerdo bien de qué es la plaza) en Munich, pero no en octubre, sino en abril. Mogollón de zánganos a las dos de la madrugada en Times Square con la tienda de sus “lacasitos” abierta hasta esas horas. Las escaleras de la Plaza de España de Roma las he visto llenas a cualquier hora de la noche con la gente comiendo helados. En España, por supuesto, la Rambla (menos recomendable) o la plaza de Catalunya de noche llena, ídem en Madrid, ídem en Sevilla. Sin embargo he visto (en algún caso porque he vivido) las calles de Lleida, Guadalajara o Pamplona (fuera de Sanfermines) a las once o doce de la noche de un día de diario: totalmente vacías.
Esta descripción debería ser pista suficiente para resolver el problema: ¿qué tienen en común Madrid, Londres, Munich, París, Moscú, Nueva York... que no tengan Lleida, Ciudad Real o Soria? Pues que son ciudades turísticas, y las ciudades turísticas son parques temáticos abiertos las veinticuatro horas del día para disfrute de turistas, ociosos, vagos, maleantes y erasmus varios. ¿Y España qué es? Pues un país cuya principal industria (una vez caída la construcción) es el turismo. Trasnochar (y padecer los ruidos de los que trasnochan) es lo que se llama una externalidad negativa, de la misma forma que si nos dedicáramos a fabricar cemento, tendríamos que tragarnos los humos. Por cierto, si España fuera la panadería de Europa, seríamos los que más madrugaríamos del continente. Sin la menor duda.
Así que ¡a aguantarse! Y a tener abierto hasta que el último guiri se vaya del garito, echando la pota, a ser posible en la calle; o, alternativamente, a atender a la delegación de alemanes de la empresa que, de paso, vienen a disfrutar de las cosas típicas de “espein”: paella, toros y... fiesta toda la noche.
toma, toma, tomaaaaaa
ResponderEliminarOlé.
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