En este lado del “ring” están los personajes descritos en los posts anteriores: el apestoso jugador del casino del primer post, el acreedor del segundo post, y el economista-ideólogo del tercero. En el otro lado del cuadrilátero el resto de los mortales, poderes públicos incluidos, aunque a éstos conviene no darles la espalda porque no está muy claro el bando al que sirven.
Cada uno de los tres mosqueteros del capitalismo tienen, además, superpoderes. El jugador de fortuna, como hemos visto, es capaz de movilizar gran cantidad de recursos con muy poco dinero en mano, mediante el truco llamado “apalancamiento financiero”: con 100 puede hacer que parezca que va a mover 100.000 o 100 millones y con poco más puede aparentar mover una cantidad superior a varias veces el PIB mundial, por lo que el tamaño de la presa no importa: podría tragarse a los Estados Unidos sin pestañear. Vamos, que despliega una fuerza irresistible. Hasta ahora había practicado en el gimnasio en operaciones contra “monedas” (contra la libra, contra el peso mejicano, contra las monedas asiáticas) y siempre le ha salido bien. Ahora prueba con deuda pública, aprovechando la falta de solidaridad entre Estados de la Unión Europea, que hace que la moneda sea única pero los instrumentos de financiación pública sean tantos como Estados miembros y que unos Estados -Dios nos libre- NO garanticen las emisiones de otros (o todos a todos, de forma solidaria) de la misma manera que el padre avala el préstamo que el banco hace a su hijo (esta solidaridad familiar jamás la veremos en la Unión Europea). Sabe que si hace una apuesta, por ejemplo, por la caída del valor de la deuda de un país, o por la subida, o por la bajada de tipos, o por la subida, o por el riesgo de solvencia o del de insolvencia, o por el color de ojos de las nuevas emisiones... por lo que sea siempre habrá un juego de azar disponible, lo que se llama un “instrumento de cobertura”, que le permitirá ganar si acierta en su apuesta. Que la apuesta sea por una predicción “buena” o “mala” al jugador le da igual, no es obligatorio jugar a rojo, se puede jugar a negro, o a par, o a impar, pasa, queda... eso da lo mismo. Jugará a lo que sea más rentable y, como es jugador de ventaja, apostará con cartas marcadas, o en la ruleta donde ha puesto un freno en la rueda. Para ello será capaz de corromper agencias de valoración, gobiernos, entidades de crédito, jugará con dinero propio o ajeno... Hará lo que sea con tal de ganar.
El acreedor insaciable viene de lamerse sus heridas. Sabe, porque lo sufrió, que pese a tener todo el derecho a su favor, ha perdido batallas con los deudores debido a un factor que al principio despreció: la inflación. Comprobó que gracias a ella su dinero cada vez valía menos y que el deudor, por el contrario, a medida que pasaba el tiempo, podía devolver más fácilmente el préstamo porque la misma cantidad en términos absolutos, significaba para él menos, dado que, incluso, le habían subido el sueldo en la misma o parecida proporción en la que los precios habían subido. No ganaba poder adquisitivo, pero sí veía que el importe del préstamo que debía se iba haciendo “algo chiquitito, algo pequeñito” frente al resto de sus ingresos y gastos, y eso, de alguna manera, le regocijaba, con la misma rabia con la que el acreedor veía que entre sus activos, el préstamo que había otorgado a ese degenerado también se hacía más chiquitito (sobretodo si lo comparaba con sus activos inmuebles).
Como esto no podía ser, compró a las autoridades monetarias de todos los países que, de plano, se comprometieron a cumplir un primer mandamiento que, a la postre, sería, el único mandamiento de los bancos centrales: controlar la inflación. Pero como nada es gratis en esta vida, los acreedores tuvieron que tragar con una política de tipos más bajos, así que “lo servido por lo comido” (casi).
Se presentan ahora a la batalla con ganas de revancha y tienen dos razones para ello. Por un lado ven al alcance de la mano su “paraíso de la deflación”, un escenario en el que el dinero cada día que pasa vale más, porque se pueden comprar más cosas con él y, paralelamente, las deudas se hacen mayores: con cada pago que en el futuro me haga el deudor -piensa- podré comprar más cosas. Ya no es sólo el interés lo que enriquece a este parásito, ahora viene también en su ayuda, la tasa de deflación.
Pero como es hombre de natural desconfiado, sigue añorando la época del “crowding out” financiero en la que los deudores venían corriendo a la puerta de su mansión, se peleaban unos con otros (demandantes públicos contra privados) y, al final, concedía el préstamo al que ofrecía un tipo más alto. Ahora tiene que ir a buscarlos casa por casa, intentando colocar su dinero: éste no puede porque no tiene necesidad de ampliar el negocio, ése está con el agua al cuello, de aquél no se fía porque cree que no se lo va a devolver... Un calvario. Quizá sólo le quede la opción de prestar a los Estados, pero para hacerlo a un buen tipo necesita que estén verdaderamente necesitados: en principio el mejor cliente es el que ya está casi ahogado y necesita el crédito para salir un poco a flote, al menos poder sacar la nariz del agua. Hay países, como el Reino Unido tremendamente endeudados, pero no son buenos clientes porque su deuda tiene un vencimiento a muy largo plazo. Son mejores los países con vencimientos a corto, no porque estén muy o poco endeudados, sino porque necesitan el dinero ahora: solo es cuestión de agobiarlos hasta que firmen al tipo que sea.
El tercer superhéroe, el economista-ideólogo, es el más peligroso, pues de los clásicos sabemos que el peor enemigo, por imprevisible, es el más tonto. Actúa “en representación de”, es decir “en nombre y por cuenta de otro”, del capitalista, sin apellidos. Es monotemático: su única obsesión es recortar el tamaño del Estado y, en concreto, por lo que vimos en el post anterior, el Estado de Bienestar. Busca un equilibrio a la baja, aspira a jibarizar la economía: prefiere un motor pequeño, el de una vespino, que gaste poco, aún a costa de que sólo pueda llevar a una persona y una pizza, frente a un motor más grande, como el de un camión, que pueda cargar con toneladas de mercancías, aún cuando hoy, todavía no haya pedidos tan grandes. Ignora, o maliciosamente oculta, que con eso lastra la economía “para siempre jamás, amén” pues cercenando prestaciones sociales, sanidad y escuela, conseguiremos una masa de trabajadores degradados física y moralmente, ignorantes y enfermos que serán la mano de obra de lo que queramos hacer en el futuro. Pero a él esto le da igual, pues sus amos (y él, si le hacen el favor) estudian en el “Icade” y se curan en la “Ruber”; y no necesitan policía porque a la puerta de su urbanización hay un “segurata” con una metralleta. La calle luce muy bonita en Navidad en el barrio de Salamanca, sobretodo si la miras a través de los cristales tintados del Porsche Cayenne. Y esta es la gente que susurran a nuestros gobernantes lo que tienen que hacer, o directamente se lo ponen por escrito (Salir del Estupor) para que no se equivoquen en los deberes. Y los gobernantes, a los que nosotros hemos votado, les escuchan, les hacen caso, porque, de no hacérselo, de seguir los dictados de la voluntad popular, continuará el bombardeo financiero hasta exterminar gobierno, partido y país.
En la otra esquina del “ring”, decía al principio, están los demás mortales. Esperando a recibir el siguiente palo, entretenidos, mientras tanto entre la Esteban, de Juana Chaos, el velo, el estatut... o sus equivalentes griegos, europeos o mundiales. No sé lo que pasará en los próximos meses, pero temo que el caso griego se contagie a otros países, porque, como he explicado, es una estrategia global de supervivencia del capitalismo financiero desquiciado. Si tuviera que hacer de pitoniso, diría que “me huele” a que se está preparando una burbuja con la deuda pública, (burbuja en la deuda pública) algo que niegan importantes economistas, quizá con razón. Pero creo que la deuda pública y sus derivados se están colocando, o se colocarán en los próximos meses, a unos tipos interesantes (sobretodo la de ciertos países y más todavía si se entra en deflación, algo que evitan, de momento los productos energéticos), lo que derivará en una vorágine de productos financieros exóticos que se venderán y revenderán mil veces por todo el planeta, hasta que el globo vuelva a pincharse, dentro de unos años.
Es sólo una impresión. De momento mi asesor personal de Banif todavía no me ha llamado para ofrecerme un estructurado referenciado a la deuda griega, a la portuguesa o a la española. Cuando me llame ya os lo contaré. ¡ring, ring, ring! Perdonad, me llaman al móvil. Es del banco. Lo siento, tengo que dejaros.
en breve (por una vez)...
ResponderEliminarSi existiesen en el mundo un conjunto de personas y organizaciones (los tres personajes malditos del capitalismo) capaces de orquestar todo este proceso con semejante éxito, tan insaciables que, a pesar de tener tanta riqueza, siguen arriesgandose (y perdiendo de vez en cuando) para conseguir más, yo me quedaría MUY TRANQUILO porque, al final, este nuevo "Dios todopoderoso" apretaría pero no ahogaría.
¿Existe o nos ahogaremos?