"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

lunes, 25 de abril de 2011

The Fall and Raise of Reginald Perrin

        Toma fuerza la idea de que el único fin de la socialdemocracia era evitar revoluciones sociales que “arrebataran” Estados Europeos al “mundo libre”: así que, muerto el perro, se acabó la rabia. Era de esperar que, tras la caída del “telón de acero”, los partidos socialdemócratas se disolverían, como un azucarillo, en la sucia palangana de la democracia parlamentaria, compartiendo vicios y vergüenzas con los partidos conservadores, de los que, en definitiva, sólo era una parte. Así ha sucedido.



           Quizá esta interpretación sea un poco simple, aunque convincente: en realidad “sólo” describe una parte del discurrir de los partidos socialdemócratas. Al igual que Reginald Perrin, su caída y auge, atraviesa, al menos, por tres momentos distintos:



            1.- En el origen los partidos socialdemócratas no aspiraban a un cambio gradual: El partido socialdemócrata alemán, albergó, una vez, a Rosa Luxemburgo; sin duda Pablo Iglesias era un revolucionario... Pero, gracias a la influencia de los fabianos (los creadores del laborismo británico) la secesión entre partidos reformistas (socialdemócratas) y revolucionarios (el resto, o sea, los partidos verdaderamente de izquierdas) estaba cantada. Los primeros además se reservarán la denominación de origen “rosa palo”: la socialdemocracia. Fuera por H (vía revolucionaria) sea por B (vía reformista) en sus orígenes ninguno se planteaba otra cosa que “liquidar” al capitalismo, para dar paso a una sociedad socialista.



           2.- Es en la segunda etapa cuando el abandono del fin último (el socialismo) cobra fuerza en la socialdemocracia. Los primeros pasos de la Revolución Soviética separaron el oro de la paja: es significativo saber que los fundadores del Laborismo inglés (la parejita Webb) de jira por la Unión Soviética quedaron tan impactados, que, desde entonces se declararon firmes defensores de esa forma de hacer las cosas, lo que les valió el ostracismo político a su regreso al Reino Unido. El socialismo daba miedo, y mucha izquierda de salón quería una sociedad socialista, “but not today... tomoooooooorrow” (Joseph Mota dixit). Por si eso fuera poco la crisis del 29 y las propuestas de Keynes para apuntalar el capitalismo existente, brindó a estos nuevos socialdemócratas el aparato económico e idelógico necesario para romper amarras con sus antiguos compañeros de viaje: no se trataba ya de “alcanzar el socialismo” (aunque fuera por la vía democrática) sino de “socorrer al capitalismo” y, de paso, mejorar la vida de la mayoría de las gentes. Es en este papel de apuntaladores del capitalismo por la vía de su “humanización” (como si eso fuera posible) por el que resultan más conocidos como los “polis buenos” (o simples polizontes como diría Marx).



          3.- Con tanto tiempo ejerciendo esta tarea, cuando colapsa el bloque soviético, “poli malo” y “poli bueno” creen que ya no necesitan hacer de polizontes, pues el delincuente ha muerto. La socialdemocracia se pasa a una nueva vía, llamada a ser una corriente más del neoliberalismo rampante: ¡Pobres cretinos! Se habían olvidado que el papel de “poli bueno” también servía para frenar al “poli malo” y que no se cargara la comisaría, y no sólo para acabar con el “delincuente”.



           Y así estamos: reinventándonos cada día. Como el ya citado Perrin, después de fingir su muerte: ¿resurgirá la socialdemocracia para vendernos sus inventos inútiles?

jueves, 14 de abril de 2011

80

               Hoy se cumple el ochenta aniversario de la proclamación de la Segunda República. Como anticipé, el acontecimiento pasará casi desapercibido, lo que es propio de un Régimen que no deja de ser un amejoramiento del  Estado nacido el primero de abril de 1.939.

                De nuevo mis lectores antagonistas volverán a afearme el que siga anclado en el pasado, como un romántico bohemio. El pasado verano paseaba por la lisboeta Plaza del Comercio, donde colgaban carteles celebrando el centenario de su República: ¡Qué envidia! El país "hermano pobre" puede celebrar una República triunfante y, más de sesenta años después, una Revolución, la de los Claveles, que evitó la ignominia de ver morir a un dictador en la cama.

                ¿Y de qué les ha valido? Su régimen, al final, es análogo al nuestro: su República acabó en dictadura, su Revolución en un descafeinado... Pero siempre nos quedará la nostalgia de lo que pudo haber sido, sostiene Pereira, digo, sostiene Pessoa.

miércoles, 6 de abril de 2011

Apariencias

          Si fuera metafísico diría que juzgamos a la materia por su forma, o, dicho de otro modo, que juzgamos a las ideas por sus resultados, o, lo que es peor, por la imagen que tenemos de sus resultados. Veamos un caso muy revelador:


           Si yo digo que "desearía vivir en una sociedad sin estado" (lo cuál además es cierto(*)), de esa afirmación se desprenderían varias posibilidades: la primera es la que nace en las cabezas del vulgo mal informado: "este tío es un punk con cresta, o un rasta, con canuto y litrona, dispuesto a montar follón". Las demás opciones nacen de gente algo más informada:


           En primer lugar se podría pensar que soy un "libertario". Este es un concepto político norteamericano que te sitúa a la derecha de la derecha del "tea party", pero que cuenta, incluso, con voz en la Cámara de Representantes. Pero también se podría pensar que soy un "anarquista", en el sentido occidental (o más bien oriental, tirando a la parte de Rusia) del término. Por último podría ser que fuera un "leninista". Como veis todo el arco ideológico está representado en esa dichosa frasecita.


            Ahora bien, lo que cambia radicalmente es tanto el tipo de sociedad sin estado que cada una de esas ideologías defiende como la forma de llevar a cabo el proyecto, siempre bajo la hipótesis de que el que formulara este deseo ("vivir en una sociedad sin estado") sepa de qué esta hablando y llegue a esa afirmación a partir de su ideología y no de una simple moda urbana;


          El libertario (**) considerará que basta suprimir el estado actual, preservando el resto de relaciones sociales de producción, económicas... que son aquellas en las que unas personas, clases y colectivos prevalecen sobre otros: el patrón sobre el obrero, el hombre sobre la mujer, el rico sobre el pobre, el hombre blanco sobre el resto de razas... Se trata de la "abolición jurídica" del Estado, o de su "reducción hasta el tamaño justo para poder ahogarlo en una bañera" (me encanta cuando el capitalismo enseña su verdadera cara a través de sus metáforas) y listo. Esta sin duda será la posición mayoritaria de los comentaristas favoritos de este blog, que parecen sacados de "intereconomía". Se olvidan de que el Estado es la pistola que les permite mantener su relación de dominio sobre los demás; y si no lo han olvidado es porque ya cuentan con los inestimables servicios de Blackwater para imponer esa sociedad sin estado.


         El "anarquista" cree que todo debería saltar por los aires: el estado junto con todas las oprobiosas relaciones de dominio que existen en la sociedad actual. El cambio debería ser inmediato, violento, seguido de un proceso de asentamiento y de nacimiento de un nuevo orden (después de todo anarquía no quiere decir "sin orden" sino "sin gobierno" que es cosa distinta): una sociedad justa, de iguales, sin explotadores y, también, sin estado.


           El "leninista" cree, también, que el estado debe desaparecer. La mayoría de la gente no ha leido jamás una palabra escrita por Lenin y no se creen que entre sus teorías esté la de que en una sociedad comunista el estado debe desaparecer. El leninista junto con el anarquista y a diferencia del libertario cree que la mudanza debe ser total: Estado y relaciones económicas, sociales, políticas... que lo sustentan, pero cree que el proceso debe hacerse gradualmente, de la misma forma que se desmonta un puente o una instalación industrial: habrá que apoderarse en primer lugar del sistema económico, transformar las relaciones económicas y a partir de ahí discurrir hacia la vía de la extinción del estado, hasta su aniquilación.


            ¿Sorprendente, verdad?: si solo escucho a alguien decir que le gustaría vivir en una sociedad sin estado, no podría saber cuál es su ideología. Si, sin embargo me empieza diciendo que es un anarquista, un libertario, un fan del Estado mínimo, un marxista-leninista... yo ya sabría inmediatamente cuáles son sus deseos respecto del Estado: ¿verdad que sí?








(*) ¡Cachis diez! A diferencia de los Alonsos, Rubalcabas, ZP's y Leires, que desearían vivir para siempre en un Estado Social y Democrático de Derecho, como el actual, eterno, inmutable... ¿a qué llamamos en este país "progresistas"?


(**) Descarto la figura romántica del grupo de palurdos blancos pertrechados en una granja en Carolina del Norte, remisos a aceptar cualquier autoridad, porque creo que es difícil que me cruce con alguno de ellos para preguntarle.

lunes, 4 de abril de 2011

Aterriza como puedas

          Un tonto hace ciento, si le dan lugar y tiempo. En el capítulo de los “tontos por contagio” ocupan un lugar destacado aquéllos que creen que las infraestructuras crean la actividad económica y no al revés: la actividad económica crea las infraestructuras. Por seguir, sólo siguen a la afamada escuela económica de José Mota: “tú dame hueco, dame hueco...” (sustitúyase “hueco” por aeropuerto, AVE, palacio de congresos o lo que se tercie): una vez que se tiene algo de esto el futuro parece asegurado.
           Así llevamos siglos. Resulta reconfortante (o desalentador, depende de la imagen que queramos que tengan los españoles) leer a autores como al Barón de Bourgoing, en sus correrías por España, en contraste con su “compa” el Marqués de Laborde, mejor conocedor de estos pagos. Los dos ven los problemas de la España de los primeros albores del siglo XIX: Para el primero el mal que hace languidecer España se solucionará cuando “se alcance a facilitar la circulación interior por el establecimiento de caminos practicables en cualquier tiempo y, sobretodo, por el de canales y ríos navegables” (de su Noveau Voyage II). 

           Pero ¿qué sucedía realmente? Pues, dice LabordeCataluña, tan opulenta e industriosa, tal vez la provincia más activa de España, es, sin embargo, una de las que tienen sus caminos en peor estado y menos cuidados” (Itinéraire Descriptif). Y entramos ya en el campo de lo premonitorio: cuando Bourgoing se adentra en los campos de la Mancha, en dirección a Madrid,observa, “un camino tan espléndido como el mejor que se pudiera encontrar en cualquier otro lugar de Europa”: a su alrededor el vacío absoluto: ni comercio, ni actividad, ni transeúntes por el camino: ¡parece que se tratara de la R4 de entonces!

         ¿Y qué descubre entonces Laborde? Pues que “desde hace algunos años se han abierto buenas rutas; pero los españoles no se han vuelto más industriosos por ello, sino que han conservado sus antiguas costumbres; apenas si emplean algunos carromatos; Cataluña y el Reino de Valencia son casi las únicas provincias en las que las carreteras son de uso general”: efectivamente antes que las carreteras (aeropuertos) son las carretas (aviones). 

           Quizá los brillantes políticos "paridores" de aeropuertos como el de Castellón o el de León deberían haber esperado a ver llegar la necesidad(*) antes de haberse lanzado a construir, con el dinero de los demás, tan magnas obras. Pero, claro, les faltaba, como siempre, leer a los clásicos...








(*) Otro clásico,José María de Posada Herrera, dijo en 1.843: “no puede haber comercio sin producción

sábado, 2 de abril de 2011

Nostrapacus

         ¡Ejem, ejem...!