"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

martes, 31 de julio de 2012

¿Hay alternativas? I


¿Hay alternativas económicas?

           En plena crisis, el capitalismo campea a sus anchas sobre los restos de la destrucción que él mismo ha provocado: un sistema inestable, autodestructivo, maniaco-depresivo, que, en su fase depresiva (crisis) pone al descubierto sus miserias. 

       Cabría pensar que en ese escenario las “alternativas” al capitalismo deberían estar presentes. ¿Pero lo están? Yo no las veo: empezando por el “entrecomillado”, lo que tengo a la vista son una pléyade de ocurrencias que se presentan, a sí mismas como alternativas, pero que en realidad en muchos casos o no son alternativas, sino complementos, “remiendos” o “parches” al sistema capitalista, o bien, simplemente, son estupideces sin sentido económico.

       Entre las primeras (los “parches”) tenemos buena parte de los bien o malintencionados “alternativos” que buscan una mejora del capitalismo, el capitalismo “con rostro humano”: aquí tenemos a poskeynesianos, socioliberales, ordoliberales, socialdemócratas que todavía no se han enterado que su tarea es avanzar hacia el socialismo, la economía del bien común, democristianos... y, ¡no te lo pierdas!, hasta ecologistas, partidarios de teorías como las del decrecimiento, que pretenden (¡ilusos!) que el capitalismo puede autorregularse, limitarse en su voracidad y renunciar a la maximización del beneficio para llegar a un equilibrio armónico con el planeta. ¡A estos últimos les ponía a hacer la ouija con el espíritu de Rosa Luxemburgo, para que aprendieran que la esencia del capitalismo, es la reproducción ampliada del capital, es decir el crecimiento por encima de todo. Lo dicho, o son unos ilusos, o están a sueldo de la energía verde de “Ibertrola” (o las dos cosas).

          Del grupo de “alternativos” sin sentido económico prefiero no hablar, porque podríamos llenar páginas de tonterías y no es el momento (¡que hace mucho calor!)

       En el fondo “no se ve” alternativa económica al capitalismo: Zizek se asombra de que la gente sea capaz de imaginarse y concebir la idea del fin del mundo, pero no la idea del fin del capitalismo: el adoctrinamiento de la “mano invisible” es tan fuerte y despótico que nos hace ciegos ante la alternativa que sí existe y está aquí: el socialismo. Es curioso porque hace un siglo, pensadores incluso moderados, concebían (y apoyaban) la superación del sistema capitalista, por el socialismo, incluso por vías pacíficas (fabianos): anhelaban y luchaban por un sistema mejor, distinto, más justo, más humano, incluso más “sostenible” (valga el odioso palabro). Hoy nadie parece ser capaz ni de concebir, ni de aspirar, ni, mucho menos, luchar por ello: todo un siglo de retraso ideológico.

          El capitalismo asienta sus reales en la división entre capital y trabajo, cuyas aspiraciones son totalmente distintas: mientras que el trabajo aspira, con suerte a sobrevivir y si acaso a disfrutar un poco de la vida (a reproducirse de forma simple) el capital sólo vive para una continua acumulación, para lo que necesita crecer más y más, lo que sólo logra aumentando la producción y apropiándose de la plusvalía con la finalidad de aumentar el capital y poder lanzar al mercado mayor cantidad de bienes y servicios para, a su vez, obtener mayores beneficios y volver a empezar en una espiral de caos y destrucción que acabará con los seres vivos y el planeta. En la dialéctica entre capital y trabajo, el capital manda y las cosas se hacen como éste dicta. Los demás a obedecer.

         La alternativa parece clara: si el capital se somete al trabajo, las cosas se harán de otra manera: para someter el capital al trabajo la mejor forma (la única forma) consiste en superar las actuales relaciones de producción de forma que no exista capitalistas (detentadores de los medios de producción) por un lado y trabajadores por el otro: poniendo los medios de producción en manos de los trabajadores (de la sociedad en general) de forma que democráticamente se decida qué, cuánto, cuándo y de qué manera producir: aquí ya puede haber “sostenibilidad” o lo que se quiera (pan para todos, por ejemplo).

      Pues bien, como he dicho, en el horizonte de “alternativas” es difícil llegar a ver ésta alternativa (en singular, porque solo hay una): lo que abunda son las “alternativas” de parcheo, estilo “rollo progre” que logran movilizar a estúpidos urbanitas burgueses del primer mundo y que, a costa de no hacer nada o nada útil, dar la impresión de que los malos son los otros (los capitalistas) y que nosotros ya hemos hecho todo lo que podíamos hacer, nadie nos puede reprochar nada y “si todos hicieran lo mismo, ya estaría el mundo arreglado”. Lo que ya no sabríamos es el resultado de ese arreglo (“si sale con barbas San Antón, y si no, la Purísima Concepción”): ¡Vamos, que, en lo económico, no hay alternativas! Y si no hay alternativas en lo económico (que es la base de todo lo demás) tampoco puede haberlas en lo demás, como veremos mañana.

miércoles, 11 de julio de 2012

El leuro (y V)


¿Cómo tendría que ser esa nueva política monetaria europea?

                  Lo primero que habría que pedir es que esa política monetaria fuera precisamente eso: “política”, es decir para la “polis”, para los ciudadanos, para todos los ciudadanos, no para esa parte de ciudadanos llamada los mercados (compuestos por una parte de ciudadanos a jornada completa y otra parte por ciudadanos “a tiempo parcial”, es decir, por todos nosotros cuando queremos que nos paguen más por nuestra cuenta en ienegé o que no nos cobren comisiones). Esto supone supeditar la política monetaria a la política económica: al crecimiento.

            Hay que empezar por el asalto al BCE para convertirlo en un instrumento político al servicio de la economía. Al acreedor o mercado que no le guste que se vaya: que cambie sus euros por dólares y verá lo que es caer de la sartén a las brasas: bajo la apariencia de independencia de la Reserva Federal, se hacen cosas que ya es hora de empezar a copiar en este continente. De hecho esto explica por qué, con las dudas constantes sobre el futuro del euro, la inestabilidad de Grecia, los problemas de la Unión... el euro siga holgadamente por encima del dólar.

            En segundo lugar hay que empezar a transferir rentas: la solución del 29 no fue (sólo) un programa de gasto y obra pública muy elevado: la finalidad no era hacer zanjas, era llegar a un nuevo reparto de rentas, igualando a los que más y a los que menos tienen para que de nuevo éstos vuelvan a empezar a consumir lo que se produce. Esto mismo es lo que hay que hacer: “perdonar nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores” es una forma ideal de transferencia de rentas entre el acreedor y el deudor. Otra es recaudar impuestos (aunque sea a tipos de 70 o el 80%, siguiendo no un modelo soviético, sino el que los Estados Unidos aplicaron en el 29) a los que más tienen y repartirlo entre los más pobres, vía Estado de Bienestar, en lugar de recortes...

                    La visión cerril (e interesada) del neoliberal actual (austriaco) es detestar del gasto público porque le parece innecesario, intervencionista, insostenible... razonamiento que arrastra a otras personas más moderadas, olvidándose que el Estado no gasta (en gasto social) por gastar, sino PARA REDISTRIBUIR, es decir, para equilibrar bolsillos porque está demostrado que la economía capitalista sólo crece cuando en todos los bolsillos hay algo y entra en barrena cuándo la mayoría de los bolsillos están vacíos, justamente al revés de lo que sucede en los circuitos eléctricos dónde se precisa una gran diferencia de tensión entre los polos para que salte la chispa.

              Esto se puede y debe hacer desde la Unión Europea y si se hace, el papel del euro será de nuevo secundario. Haciendo un nuevo reparto de riqueza mediante políticas de gasto público y transferencia de rentas dentro de la Unión Europea (el resto del mundo a la Unión Europea siempre le ha importado un bledo) y en euros, logremos reflotar el capitalismo para que siga adelante, en una nueva etapa de crecimiento, volviendo a generar desigualdades, depredando recursos hasta una nueva crisis, aún más grave, que, esperemos, por el bien de la Humanidad, ésta ya sí sea la que definitivamente suponga su desaparición.

martes, 10 de julio de 2012

El leuro (IV)


Soluciones

                Pero nada de esto se hizo y ahora hay que pagar esas deudas. Esas deudas están denominadas en euros (que es nuestra moneda) con lo que no podemos trampear con el valor de la moneda, que para eso ya está el BCE, que mamonea con ella de continuo para favorecer los intereses de los acreedores, manteniendo artificialmente un valor demasiado alto (el euro empezó cercano y en periodos estuvo por debajo, en el intercambio, con el dólar). Además el peso de la deuda deteriora nuestro crecimiento económico por lo que tenemos menos capacidad para poder hacerla frente.

                La solución aparentemente más fácil es salirnos del euro para poder recuperar nuestra política monetaria y entonces, por un lado, pagar nuestras deudas en una moneda que podamos mangonear y por el otro (pero también es lo mismo) devaluar la moneda para aumentar lo que eufemísticamente se llama la “productividad” (que no es otra cosa que el grado en que se aprovecha el capitalista de nuestro trabajo).

               Si se analiza bien, entre seguir en el euro o salirnos de él no hay dilema alguno: en ambos casos nos empobrecemos: si seguimos en el euro porque no podemos hacer frente a unas deudas cuyo intento infructuoso de pago, además supone destruir la (poca) actividad productiva que tenemos en este país. Si salimos nos empobrecemos porque una devaluación es un empobrecimiento (rápido, eso sí) generalizado (menos para los de siempre que tienen sus activos fuera de aquí). El gran economista y conservador (o quizá economista y gran conservador, pero en cualquier caso “engañaprogres”) Krugman defiende esta segunda solución, lo que sirve para que una parte poco ilustrada y bastante alelada de la población que dice ser de izquierdas lo acoja como solución a nuestros problemas. Se descartan al parecer otras soluciones, como si ya aceptáramos que esta crisis la vamos a pagar los de siempre, en euros o en pesetas.

              Pero podría ser aún peor: volver a la peseta no implica recuperar la política monetaria, o por lo menos no recuperar “toda” la política monetaria. Nuestra inserción en el mundo europeo, occidental y capitalista no nos permitiría, ni en pesetas, aplicar políticas (exitosas, éstas sí) como las que han aplicado determinados países latinoamericanos: se nos dejaría, en parte, pagar deuda con pesetas, pero no se nos permitiría dejar de pagar deuda ilegitima, no se nos permitiría restringir la libertad de capitales, podríamos tener que ser, pese a todo, rescatados con condiciones aún más duras (por chulos)... En definitiva, con pesetas, seguiríamos teniendo el dogal al cuello, eso sí, probablemente tirado por tres manos, la del BCE (ya conocida), la de Botín y la de Rosell.

                Luego la solución no es ni la salida del euro ni el empobrecimiento. La solución debe ser el cambio de la política monetaria, concepto distinto de la recuperación de la soberanía monetaria, porque de nada sirve que ésta cambia de manos, si va a manos parecidas o peores. Una de las razones por las que la izquierda patria es tradicionalmente europeísta es porque, dicho sea en términos escatológicos, ante la mierda de poderes fácticos españoles que tenemos (empresarios, políticos, iglesia, burgueses, banqueros...) aspirábamos a depender de la basura de los poderes fácticos europeos (primos hermanos de los de aquí pero un poco más civilizados). El camino debería ser ahora el mismo: tratar de cambiar la política monetaria europea, antes que devolverla a manos del poderoso cavernícola español.

lunes, 9 de julio de 2012

El leuro (III)


La fiesta terminó:

                    Cuando el capitalismo, siempre tan obcecado, volvió a generar su tradicional crisis, debida a que los bolsillos de los obreros están exhaustos y no es posible venderles más mierda de la que producen en sus fábricas y ya no cuela engañarlos metiéndoles en el bolsillo dinero prestado o bajando los precios de lo que compran abaratando costes mediante la deslocalización (que a su vez manda al obrero nacional al paro y le vacía el bolso), entonces, y sólo entonces, el tenderete se cae. Se echan cuentas y resulta que nos sale una pasta a pagar. A la hora de pagar el sector privado (primero los empresarios de la construcción y luego los de la banca privada) se hace el “sueco” (son más europeos que nadie) y las autoridades europeas exigen el pago a los Estados, como responsables subsidiarios o, en algunos casos, con carácter solidario.

                  Los Estados, por su parte, se encuentran con un doble problema: tienen que asumir una deuda que no es suya y, además, generan una deuda propia derivada de, por un lado, la caída de ingresos tributarios por el deterioro de la situación económica y porque tienen una estructura impositiva basada en un crecimiento artificial; por el otro, no tienen ni han hecho “guardiola” (ni la persona ni el cerdito) porque bajar impuestos era de izquierdas, porque ningún ministro de hacienda neoliberal español (Rato, Montoro, Solbes, Salgado) hubieran tolerado que, en época de crecimiento, el Estado hubiera ahorrado un sólo euro, pudiéndolo dejar en manos privadas. Toda esta gente abandonó a Keynes (el gran salvador del capitalismo, con un poco de suerte su abandono supondrá el fin de este ominoso sistema) en la época de la vacas gordas y, ahora, en la época de vacas flacas, se acuerdan, como la cigarra, de lo que no hicieron en su día.

                 Como el lector enseguida se dará cuenta, en toda esta descripción de la crisis el euro juega un papel secundario: hubiera habido o no euros o pesetas la crisis económica mundial se hubiera producido, sería igualmente la crisis más grave del capitalismo y estaríamos en igual o parecida situación, a no ser que hubiéramos tenido políticos de otra talla y valía que hubieran frenado la especulación, regulado y reglamentado la economía y hubieran acumulado fuertes superávits presupuestarios, resistiendo las acusaciones y embates del “facherío burgués-empresarial-españolista-neoliberal” (lo que ahora se conoce de forma sintética como “austriacos” y entonces era la COPE) que, en aquella época les hubieran acusado de “soviético-cubano-venezolano-norcoreanos”.

domingo, 8 de julio de 2012

El leuro (II)


¿Qué pasó después?

           La unión monetaria implica una cesión de soberanía mucho más importante que otras pero menos vistosa (porque no lleva banderas ni uniformes): la cesión de la política monetaria. Con la pérdida de la moneda nacional se pierde también la posibilidad de utilizar la moneda para conseguir el desarrollo y la estabilidad económica del país. Es importante entender que no es una relación biunívoca: una moneda única implica perder soberanía monetaria, pero perder soberanía monetaria no implica una moneda única, que es tanto como decir que podemos tener euros, pesetas o maravedíes y no tener la política monetaria en nuestras manos: de hecho en los momentos previos a la constitución del euro, los estados implicados habían perdido ya su soberanía monetaria.

               Una vez cedida la soberanía monetaria (vía euro) la política monetaria no desapareció sino que recayó en las manos de los Estados más poderosos (económicamente) de la Unión que, son, obvio es decirlo, los que controlan las instituciones políticas de la Unión Europea: ellos son los que dictaron la política monetaria común, en su propio beneficio, que no es otro que el desarrollo productivo de sus empresas, la acumulación de saldos a su favor como consecuencia de la venta de sus productos en un primer momento y del préstamo de los excedentes monetarios generados en un segundo momento, para lo que se necesitaba que en otros Estados corriera el dinero fácil para, en el primer momento indicado poder comprar sus productos (y que lleguen, de ahí la insistencia comunitaria en darnos dinero para carreteras) y, más tarde, endeudarnos.

               Para caer en su trampa se necesitaba, finalmente, hacernos creer que éramos ricos, tan ricos como ellos, para lo que nuestros políticos neoliberales locales (Aznar y ZP) se pintaron solos en la creación (Aznar) y el mantenimiento (ZP) de una burbuja inmobiliaria, consecuencia, además, de una política de tipos bajos en la que te inyectan dinero (que luego hay que devolver) a chorros y que no sabes qué puedes hacer con él, porque no existen, gracias a los empresarios, oportunidades sólidas de inversión en territorio patrio.

sábado, 7 de julio de 2012

El leuro (I)


             Con la tradicional manía que tenemos la humanidad en general y los españoles en particular para concretar en animal, vegetal o cosa la causa de nuestros problemas (la Merkel”, “la pertinaz sequía”, “la burocracia”, “los políticos”, “la pérfida Albión”, “ZP”...) por fin hemos encontrado la causa de todos los quebrantos del solar patrio: “el euro”.

            Se está abriendo un debate (en la izquierda, la derecha no debate, impone, como bien se ve con el gobierno de Rajoy) sobre la posición a adoptar respecto de “la bicha”, digo, “el euro” y sobre si debemos de salirnos de la modestamente llamada “moneda única” o no. En este debate se llega a confundir los males propios de esa moneda (el euro) con los de la política monetaria que lleva aparejada, de forma que se puede caer en el error de que, eliminando el euro pero manteniendo la misma política monetaria, nuestros problemas se solucionarían y, a “sensu contrario” inferir que si mantenemos el euro pero cambiamos su política monetaria no habremos avanzado gran cosa. Ambas posiciones son equivocadas.

¿Cómo vino el euro al mundo (es decir aquí, a Madrid, digo a España)?

              El euro es la moneda que circula entre los países que alcanzan la Unión Monetaria Europea (U.M.E.), que implica el cumplimiento de unos parámetros presupuestarios con ignorancia absoluta de otras cuestiones (económicas y sociales) que pueden seguir “manga por hombro” sin que ningún portero de discoteca te niegue la entrada al recinto: una vez que te cambias los calcetines (cumples el nivel de endeudamiento y de déficit (y el de inflación que se exige a la entrada)) ya puedes entrar sin problemas a un local donde se mezclan skins, negros, ultras de diversos equipos, anarkas, kikos, abertzales, fachas... y dónde se espera que convivirán en perfecta armonía, sin agredirse ni aprovecharse los unos de los otros, por el simple hecho de que todos llevamos los calcetines del mismo color. ¡Ni siquiera un mísero arco detector de metales en la puerta!

          “Ejpaña” no podía quedar fuera del club. Aunque en ese momento Aznar hubiera fichado a la bruja Lola y hubiera visto el futuro, que es nuestro presente, no hubiera podido tomar otra decisión, porque en ese momento, para un país tradicionalmente aislado, acomplejado, con la idea implantada en su subconsciente de que “África comienza en los Pirineos”, haber dicho que no al euro, hubiera supuesto un desastre parecido al del 98. De hecho yo, con mi tradicional pesimismo, intuía una catástrofe parecida a la del la Guerra de Cuba, basada en la superstición de que a este país los fines de siglo le sientan bastante mal; agobio que se me pasó en cuánto vi las trampas que se hacían en éste y en otros países (Francia con la “externalización” de hospitales para que no computarán en el déficit, Alemania con otros servicios públicos, nosotros con la gestión de infraestructuras ferroviarias y con la prorrata de IVA en las subvenciones (copiada de los galos)...) para entrar en la discoteca, y cómo los porteros hacían la vista gorda hasta llegar a dejar entrar a Grecia que... ¡llevaba calcetines blancos!

        La facilidad de acceso a la moneda única unida al hecho de que haber quedado fuera era un quebranto psicológico insoportable para un país acomplejado como el nuestro, hizo imposible decir “no” con la valentía e inteligencia con la que, por ejemplo, actuaron los ingleses, y algunos otros países que por estar en el centro geográfico de Europa y vivir como dios, no afectaba a su condición de europeos plantarse.