"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

lunes, 10 de mayo de 2010

Citizen K. y los bienes públicos. Episodio 1.

          Ciudadano K vive en un bloque de edificios de una gran ciudad. K es un fiel defensor del mercado. El mercado es su dios. En él (en su honor debería poner Él) confía ciegamente porque le va a dar todas las soluciones a sus problemas y a todos los problemas de la humanidad. Consagra parte del día a rezar a su dios: lee expansión o cinco días (y si no puede el mundo), escucha la cope o es.radio, en el coche cuando va a trabajar. Se reúne con sus compañeros, todos obreros “white collar” como él, para hablar de los mismos problemas, y da gusto, porque todos, absolutamente todos, piensan como él. Por las noches, antes de ir a la cama, siempre dedica algún momento a la oración: ve Libertad Digital o Intereconomía. En algún momento, con el gato al agua, ha alcanzado el éxtasis místico, en forma de ereccion, ante la presencia de alguna tertuliana(*), posando sus labios en la copa de vino (el cáliz) en el que, como nuestro insufrible expresidente, buscan la inspiración de sus razonamientos. Ciudadano K, es, ante todo, el perfecto idiota contemporáneo.

          El portal del edificio donde vive K está, de noche, mal iluminado. El Ayuntamiento puso la farola demasiado lejos. Cuando, en invierno, K. vuelve de trabajar le cuesta encontrar la cerradura donde meter la llave. Piensa, además, que cuando vuelva del trabajo su mujer, con tanta oscuridad, cualquiera puede darle un susto, incluso violarla. Nunca ha pasado nada así, solamente una vez un borracho estaba meando en el portal, aprovechando la falta de luz, nada más. Pero Ciudadano K, se me había olvidado decirlo, además de idiota, es también un acojonado.
             Recurre al mercado buscando la solución: podría comprar un foco para iluminar la parte de calle próxima a su portal. Él solo no puede acometer el gasto, que además tampoco sería justo, pues todos los demás vecinos también se aprovecharían de la iluminación. Y no sólo los vecinos, también todos los transeúntes se beneficiarían de esta nueva luz, especialmente aquellos que se dirigen a las casas que hay más arriba en el barrio, que, además son, mayoritariamente inmigrantes. Inicia una tarea de postulación entre todo bicho viviente, pero siempre obtiene el mismo resultado: “a mí no me interesa”, “yo llego a casa de día”, “es muy caro”, “voy por otra calle”, “ya me apaño yo con una linterna”, “no me jodas, si aprovechando esa oscuridad me he tirado en el portal a tres novias”... En su ser íntimo sabe que no es cierto, que todos quieren tener luz en el portal (les ha visto despotricar más de una vez), pero nadie quiere pagar por ello.
            Tu problema es evidente, le dijo una vez un economista que se le suele aparecer en sueños, un tal Galbraith, o Stiglitz, o alguien así (no lo tiene muy claro): la farola que quieres poner es un bien público, pero no en el sentido que tú, ignorante tontorrón con corbata, crees que es: “algo del Estado”. Un bien público, es, en economía, un bien de consumo no rival (varias personas pueden aprovecharse de él a la vez sin que una se lo quite a la otra, lo que no pasaría si se tratara de una pizza, donde el pedazo que me como yo, no lo catas tú) y en el que no hay posibilidad de exclusión: no podemos hacer que la farola sólo de luz a unos sí y a otros no, lo que supone que siempre habrá “polizones”, “free riders” en terminología económica, que no quieren pagar, pero sí se apuntan a disfrutar de estos bienes, porque no los podemos echar. En estos casos, querido K., el mercado no puede darte la solución: la solución te la dará el Ayuntamiento. Pide que pongan una farola al lado de tu casa, y, a cambio, paga con gusto tú y los demás propietarios el impuesto que, bajo la forma de contribución especial, esa Administración te girará.
          Así lo hizo Ciudadano K, y así tuvo luz en su calle pagada por él y todos los que se benefician con ello. Ese día, K. empezó a dudar de su dios omnipotente. Le había fallado una vez. Y el pobre no sabía, aún, lo que le esperaba.



(*) Esa Esther Jaén, tan voluptuosa ella, y a la vez tan rojilla (más bien rosa palo): la tentación de Satanás.

4 comentarios:

  1. Claro, y el Ayuntamiento, que tenía su propias minas de hierro, su fundición de acero, sus fábrica de farolas, sus camiones para el transporte, sus conductores, sus excavadoras, empleados de la construcción, cohorte de electricistas, todos ellos pendientes de que K. o cualquier otro ciudadano hiciesen una petición en algún momento, puso a toda su maquinaria a trabajar para satisfacer la necesidad del ciudadano...

    ...o quizá compró la farola y los servicios necesarios para instalarla en el mercado, subastando el proyecto al mejor postor o asignando en concurso público al mejor proyecto integral? (idealmente, que ya se sabe las tentaciones que hay en esto).

    Los extremos son siempre negativos. Por supuesto que debe haber bienes públicos y que no son propiedad del estado sino que se dedica (o debería dedicar) a gestionarlos, pero no a producirlos, salvo excepción.

    Podríamos reetiquetar tu post a "fallos de la adminstración" pues, ¿por qué demonios no había ahí una farola en primera instancia? ¿por qué narices tuvo que girar el Ayuntamiento un impuesto especial sólo a unos pocos para subsanar una deficiencia previa que su mala gestión no supo detectar?

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  2. Perdóname la puntilla maliciosa, dmc_runner, pero teniendo en cuenta la hora de tu comentario (en horario laboral) me parece que no nos aplicamos el cuento de la productividad en el puesto de trabajo ;)

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  3. Runner: lamento ser tan mal profesor. Lo que quería demostrar es que para los bienes públicos NO EXISTE mercado, porque nadie está dispuesto a comprar un bien que puede obtener "por la cara". En este caso el Estado tiene que proveer (no necesariamente producir) el bien y recaudar el precio vía impuestos. De hecho "el impuesto es el precio de los bienes públicos". Pero esto no lo inventé yo, lleva en los manuales de Hacienda Pública desde hace cien años. Pasado mañana descubrirás, en la serie, la "excelencia" de la producción privada de ciertos bienes.

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  4. @Antonio, pues fíjate en esta hora. Yo es que me dedico 100% a esto ;)

    El otro comentario era a mi hora de comer, que desde que leí el post de "no son horas", me he cambiado el huso horario para producir igual que un inglés (es decir, menos que antes).

    @ATM, ok. seguiremos la serie atentamente.

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