“Cree el ladrón que todos son de su
condición”: eso es lo que le pasa al neoliberal cuándo quiere
hacer creer que “progres”, “rojos”, “yayoflautas” y demás
especies piensan que “todo es gratis”. Nada más lejos de la
realidad, en todo caso, los grandes devoradores de la “sopa boba”
son ellos, los neoliberales, acostumbrados a “emprender” con las empresas y
capitales heredados de sus padres, a base de subvenciones y contratas
públicas, en mercados “cautivos y desarmados” como el
celtibérico (así, cuando salen fuera, son la mofa y befa de sus
hermanos capitalistas mayores, sardinas entre tiburones). Crean
incluso gilipollescos blogs como el “nadaesgratis” y similares,
para irnos metiendo en la cabeza que los recortes sociales son, en
realidad, el justo precio de los servicios que recibimos y que, como
niños en un puesto de “chuches” (que diría Mariano), se nos
antojan continuamente como si no costaran nada.
Mienten y mienten a sabiendas. Llevo
cuatro años explicando a los alumnos (y a quién me quiera oír) que
aquí, efectivamente, “nada es gratis”, la cuestión es QUIÉN
TIENE QUE PAGAR. Nada de pensar que las cosas no tienen coste, que
caen del cielo, o que surgen de la nada: los servicios públicos, las
prestaciones sociales... cuestan dinero.
Y aquí, al llegar al nudo gordiano de
la cuestión, el neoliberalismo rampante aporta su solución: los
servicios públicos, como los demás bienes, los tiene que pagar el
usuario, el que los usa, los disfruta o los padece (según su
calidad): y ahí el pobre ciudadano, acostumbrado a pagar la luz, el
agua, el teléfono, el canal+, claudica y entiende, como lo más
justo, que también deba pagar por la Sanidad, la Educación, la
policía, los bomberos, la autovía, el metro... De esta perversa
idea extraen su corolario: si los servicios los deben pagar los
usuarios, no deben ser deficitarios: si los ingresos no alcanzan a
cubrir los gastos de un servicio público, lo que hay que hacer es
subir los precios que paga el usuario (billete de metro, tasa
universitaria, peaje, copago...).
Nada más lejos de la realidad: la idea
de pagar por lo recibido es injusta y regresiva (o puede serlo): de
la misma forma que los bebés no pagan sus “dodotis” (aunque
cuestan dinero y bien que los usan) no se debe hacer un silogismo
entre coste de servicio y pago por el usuario. Desgraciadamente son
muchos años de pensamiento único y de gobierno PPSOE incidiendo en
la idea de que se pagan impuestos por los servicios que se reciben
para que ahora, en dos minutos, la gente se caiga del caballo y se dé
cuenta de que impuestos (y contribuciones y tasas y precios públicos
y privados) y servicios no tienen por qué ir unidos: se pagan
impuestos por lo que se tiene o gana (capacidad económica) y se
recibe por lo que se necesita (prestaciones sociales). Quizá, en su
origen, la culpa de todo la tenga Radio Futura y aquella cancioncilla
que decía “Yo pago MIS impuestos/ y tu eres MI enfermera de
noche”: de esos polvos (nunca mejor dicho), estos lodos.
A la idea neoliberal de pago por uso, e
ingresos y costes equilibrados hay que oponer un análisis
coste-beneficio que, en primer lugar incorpore los costes y
beneficios sociales además de los puramente monetarios, a
continuación indique quiénes son los verdaderos beneficiarios de un
servicio público (y no los aparentes) y, finalmente, discuta si esos
verdaderos beneficiarios deben o no afrontar el coste (y en qué
cuantía) del servicio.
A propósito he descartado el viejo
truco neoliberal de centrar el debate en el coste monetario del
servicio, para, como ellos hacen, añadir enseguida lo “insostenible”
que resulta: la falacia consiste en desviar la atención al hecho de
que los servicios sociales son una cuestión “de reparto”, de a
qué destinamos los beneficios de la actividad económica, por lo
que nada “es caro o barato” ni “lo podemos o no pagar”: todo
se puede pagar mediante la redistribución vía impuestos, destinando
más cantidad de beneficios (en los bolsillos de los que más tienen)
a pagar esos servicios. Esto lo veremos muy claramente cuando analice
el sistema de pensiones, pero resulta evidente con un ejemplo: cinco
amigos podremos ir a comer todos los días del año a Arzak, aunque
cuatro de ellos sean “ceroeuristas”, siempre que el quinto sea,
por ejemplo, Adolfo Domínguez: sólo es cuestión de que sea éste
último el que pague la factura, de grado o por la fuerza: por la
fuerza de un sistema coactivo (el Estado) que imponga la
redistribución,
En la serie de post que iré publicando
sucesivamente los siguientes días, y, a modo de argumentario
antineoliberal, realizaré este análisis para los siguientes
servicios públicos: el metro, la educación, las autovías, la
Sanidad y las pensiones, por ser los temas más candentes. Se admiten
sugerencias para incorporar más elementos a la serie.
Empiezo por el metro (y en general el
transporte público), como aperitivo, porque es un tema que ya se ha
tratado en este blog: en apariencia el beneficiario del metro es el
usuario, y en la visión neoliberal así es. Pero lo cierto es que el
primer y mayor beneficiario del metro (y del transporte público) es
aquella persona que tiene propiedades cerca de una estación de metro
(parada de autobús, estación de tren...) porque su propiedad se
revaloriza enormemente, lo que le supone, o bien mayor ganancia
patrimonial si la vende, o aumento de sus rentas, si la alquila.
El segundo mayor beneficiario del metro
es el empresario/empleador que consigue, tener, a pie de fábrica a
sus obreros (“blue or white collars, of course”) de una forma
barata y eficaz. Si no existiera el transporte colectivo, tendría
que pagar más a los trabajadores, construir aparcamientos en la
empresa, fletar autobuses o habilitar vehículos para el transporte
de ganado (la opción favorita del empresario español)... Todo eso
el empleador se lo ahorra.
Finalmente está también, obviamente,
el usuario: y entre estos, podremos también distinguir entre
aquellos que no les queda más remedio que usar el metro (para
trabajar, para llevar a los niños al colegio, para ir al médico...) de
aquellos otros que lo utilizan esporádicamente, bien porque van de
turismo, bien porque, acostumbrados a viajar en taxi, les resulta una
experiencia exótica y les es de utilidad para, en las entrevistas
que les hacen, poder darse un toque “proletario”.
A partir de aquí, podemos aplicar un
reparto de costes, en el que la parte del león la sufraguen
propietarios y empresarios, y que el usuario por obligación pague
(vía abono mensual) la menor parte posible... ¡Tal y cómo se viene
haciendo en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao...!¿Verdad?