"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

jueves, 15 de julio de 2010

Sesame Street episode 3

          Un botijo vendido es para el capitalista 40 u.m. de beneficio. Pero a este obrero se le puede meter más caña: puede hacer un botijo cada hora y el capitalista ha alquilado al obrero por un día, un día tiene 24 horas y puede hacer 24 botijos. 

           Si el obrero no duerme se muere, pero si duerme cuatro horas al día ya no se muere, aunque se destruyan las células grises de su cerebro: pues eso es lo que tiene que hacer: tenerle 20 horas trabajando a cambio de 8 u.m. para que haga 20 botijos: esto son 2.000 u.m. de ingresos a los que hay que descontar 1.000 u.m. del barro (50 por 20), 40 u.m. de amortización del horno y el torno y 8 u.m. De salario del obrero: en total el capitalista gana 952 u.m. en un día frente a las 40 u.m. que ganaba en los albores del capitalismo. Sus ganancias se han multiplicado más de veinte veces. 

         El obrero sigue ganando lo mismo, a pesar de que la producción ha aumentado veinte veces. Su salud está bastante más deteriorada porque antes trabajaba una hora, estaba tumbado 23 y comía un plato de gachas. Ahora por el mismo plato de gachas trabaja 20 horas, duerme en un jergón en una esquina de la fábrica y respira todo el día los vapores del barro al secarse, aguantando temperaturas en el taller de unos 40 grados centígrados. Esto supone un desgaste físico tan grande que sólo se puede soportar, sin quedar inválido durante cuatro o cinco años, partiendo de las condiciones físicas óptimas: las de un niño de catorce años (come menos que un adulto y es más adaptable).

         Preguntas del capítulo, todas recurrentes:

         1.- ¿De donde procede el aumento extraordinario del beneficio del capitalista?
         2.- ¿Puede el obrero salir de su condición?

            Si hemos comprendido que el beneficio del capitalista sale de la salud del obrero que produce sus 8 u.m. de gachas y las 952 u.m. del beneficio del capitalista ya sabemos qué es lo que técnicamente se conoce como plusvalía (¡anda! ¡a lo mejor existe y no un invento de los marxistas!).

martes, 13 de julio de 2010

Living on a Bocaro

        El triunfo futbolístico en el Mundial debe verse como un suceso estrictamente deportivo. El que quiera extenderlo más allá de sus límites se equivoca y cualquier intento por hacerlo, fracasará. Después de todo, el fútbol es el “mayor fenómeno de cultura popular del siglo XX” (E. Hobsbawm).

          Dice un compañero mío que la mayor parte del estallido de banderas rojas y amarillas (¿rojigualdas? ¡Si Cela levantara la cabeza!) en las calles españolas es gracias “a los chinos”: por un par de euros cualquiera puede engalanar sus balcones y por poco más en el “pack” se lleva una camiseta roja y una vuvucela. Ante esos precios ¿quién va a resistirse a poner un poco de color en su vida?
            Se equivoca quién vea en esto un renacimiento del sentido patrio (español), tan añorado por algunos. Independientemente del “jingoismo” que siempre generan las victorias en las masas, el lucimiento a todas horas de la bandera del Estado del 39, amejorado en el 78, no representa ningún motivo político, ni nacionalista: para los eventos deportivos se ha convertido en el logotipo de la selección, al igual que la denominación de “la roja” tampoco representa ninguna tentación revolucionaria por parte de quienes la llaman así. Para muestra un botón: hasta algún etarra ha lucido su palmito envuelto en la bandera amarilla y roja en el “feisbuk”, en plena jarana de celebración de la eurocopa.
            En el fondo, todo esto se ha convertido en una seña de identidad más de un producto, “selección española”, producto, por cierto, de una calidad excepcional, a diferencia de otros productos que también se identifican con la misma marca.

P.D. Desde mis Palacios de Verano el acceso a internet es casi imposible. Por contra hay bar, piscina y se duerme fresquito. Como pueda intentaré seguir manteniendo actualizado el blog.

viernes, 2 de julio de 2010

Sesame Street episode 2

          Los obreros al ver la explotación (¿qué pasa con esta palabrita?¿por qué no gusta?¿es demasiado realista?) de este capitalista deciden ir al prestamista a pedir dinero para ponerse ellos mismos como “autónomos”. Pero nadie presta dinero si puede obtener mayor rentabilidad de otra manera: el prestamista les prestará el dinero necesario para el negocio pero siempre que paguen intereses por importe de 40 u.m. En otro caso el prestamista pondrá el mismo el negocio como hizo el capitalista pionero y obtendrá esa rentabilidad por capital invertido. Los obreros, para su desesperación, echan cuentas y ven que no hay mejora entre escoger las 8 u.m. de salario o poner un negocio en el que las 100 u.m. de la venta del botijo hay que descontar 50 de barro, guardar 2 u.m. Para la reposición del horno y el torno y pagar 40 u.m. al prestamista. También le quedan 8 u.m. lo justito para cenar y volver al día siguiente al taller. Y así, entrampado de por vida, sin poder salir de su condición de proletario; cuando disminuyan sus fuerzas o el capitalista encuentre otro más austero, que “gaste menos” en vivir (que cene con agua en vez de con vino), lo sustituirá por otro y listo: ¡Hay tantos dónde elegir!

         Preguntas para este segundo capítulo:

         1.- ¿Puede el obrero salir de su mísera condición gracias al sistema de crédito?
         2.- ¿Puede el obrero ahorrar para acabar comprando su propio taller?(*)

          3.- ¿El beneficio del prestamista procede de algún otro sitio que no sea del trabajo de alfarería?

           Si hemos comprendido que el obrero no puede escapar de su condición y que todos se aprovechan del valor que sólo él crea, podemos pasar al siguiente capítulo.

        (*) Un plato de gachas son 8 u.m. Dejando de comer un día a la semana, en cinco años podrá ahorrar 2.050 u.m. Para poder poner su negocio: pero ¡ay!, no podrá cambiar de ropa, casarse, tener hijos, ni enfermar. Pero hay premio: el que lo consiga será puesto como prueba de que el sistema de movilidad social funciona.

jueves, 1 de julio de 2010

Sesame Street episode 1

    ¡Ostras lo que habéis desbarrado mientras estaba de vacaciones! Hay que volver con algunas lecciones tipo Barrio Sésamo:

         Un alfarero compra barro por 50 u.m. Un torno por 1.000 u.m. Y un horno por otras 1.000 u.m. El torno y el horno “dan para hacer” mil botijos, cada botijo lleva 50 u.m. de barro. El alfarero fabrica un botijo cuyo coste es 52 u.m. (50 del barro y 1+1 del desgaste del horno y del torno): lo vende por 100 u.m. Una vez que compra otra vez el barro para hacer otro botijo y guarda en la hucha 2 u.m. para tener con qué reponer en su día horno y torno, come y vive con las 48 u.m. restantes, de beneficio. Todos mis lectores dirán que ese beneficio, no hay duda, procede del trabajo del alfarero.
          Uno que pasa por ahí, con dinero y más bien vaguete, viendo lo rentable que es fabricar botijos compra el barro, el horno y el torno y contrata al alfarero para que haga el botijo. En este mundo feudal en el que vivimos para que el alfarero quiera trabajar para el capitalista le tendrá que pagar, como mínimo lo que ganaría si el taller fuera suyo: 48 u.m. Esto supondría que al capitalista no le quedaría beneficio alguno, pues con los 100 u.m. que saca de la venta del botijo le da justo para pagar el barro (50 u.m.) ahorrar para la reposición del torno (1 u.m.) y del horno (1 u.m.) y pagar al obrero (48 u.m.): en estas condiciones el capitalismo no puede prosperar.
          Supongamos ahora que hemos echado del campo a un montón de personas que antes subsistían de la agricultura mediante, por ejemplo, una ley que obliga a cercar las fincas si no quieren perderlas, operación de cercado que es muy cara. Sea como sea, tenemos un montón de gente sin medios de subsistencia y que tiene que vivir de algo. Ahora la situación del capitalista ha cambiado porque ya no necesita pagar 48 u.m. a un obrero por hacer de alfarero: le basta con pagarle lo justo para que pueda comer y volver a trabajar al día siguiente, pongamos 8 u.m. Ahora las cuentas del capitalista ya cuadran: vende el botijo por 100, paga 50 por el barro, guarda 2 u.m. Para reponer en el futuro horno y torno, paga al obrero 8 y se embolsa 40 de beneficio.
           Pregunta del capítulo: si en el primer caso dijimos que el beneficio procedía del trabajo del alfarero ¿ahora podemos decir que el beneficio procede de otro sitio sólo porque va al bolsillo del capitalista y no al del alfarero?
            Si hemos comprendido que el trabajo es el único elemento que posibilita aumentar el valor de los bienes producidos ya estamos preparados para pasar al siguiente capítulo.