Con las vacaciones de Semana Santa a la vuelta de la esquina, les tengo que comunicar una mala noticia: este año, todos los sitios, absolutamente todos los sitios, estarán más llenos que nunca. Por culpa de o a causa de la crisis, naturalmente.
La idea de que viajar abre la mente, estimula la inteligencia, aumenta la cultura, etcétera... no es más que un “eslogan” de la industria del turismo. En realidad viajar no sirve para nada esto: no hay más que ver en la tele algún programa tipo “callejeros viajeros” o “españolitos po'l mundo de dios adiante” para darse cuenta de ello. Los especímenes que circulan por esos programas habrán viajado mucho y habrán vivido mucho en otros países, pero de inteligencia nada de nada. Para abrir la mente lo que hay que hacer es ir hacia la estantería, coger un libro, y... leerlo.
Viajar es, antes y ahora, una cuestión de “estatus” (antaño de “alto estatus” y hoy de “estatus de medio pelo”). Se viaja, básicamente, para dar envidia a nuestros vecinos y para atormentarlos, al regreso, con millones de fotos digitales y vídeos, que prueben que, efectivamente, estuvimos allí y nos gastamos una pasta.
Siendo, por tanto, el viajar un “bien de consumo ostentoso”, en época de crisis podemos reducir su consumo, pero no hasta el extremo de prescindir del mismo, so pena de ver cómo se deteriora nuestro estatus social: no podemos decir a los amigos o a los colegas que este año no nos vamos a ningún sitio, claro que no: salir se sale, aunque sea a Sanserenín de la Sierra, a casa del abuelo, a “pegar la gorra”. Cualquier cosa antes que demostrar a nuestros conocidos que ya no podemos con la risa y que, como unos “pringaos”, tenemos que quedarnos en casita.
Evidentemente consumir se consume menos, viajar se viaja menos, pero lo poco que se hace, se hace precisamente en estas fechas “tan señaladas”: en Semana Santa, en Agosto, en Navidad, en algún puente en el que todos los del “curro” van a algún sitio... Por eso, en esas fechas, hay más gente que nunca: porque nadie quiere parecer un pobre, de los que no viajan a ningún sitio, casi, casi, como un inmigrante...
Esto está estudiado y, desgraciadamente, no pasa sólo en España: en las crisis la gente concentra sus viajes en determinadas fechas, los “festivos tradicionales”; es propio del estúpido urbanita occidental.
Pero la mayoría de la gente, incluso en estos países desarrollados, no tiene este problema: no viajaban ni siquiera en las épocas de vacas gordas. Por supuesto, a esa mayoría silenciosa no se la oye llamar a gritos al camarero, mientras se dejan los últimos euros de su cartera en pagar el doble en unos días en el que todo se disfruta la mitad. Tampoco salen en los telediarios contando las horas de atasco que llevan, ni lo bien que se lo han pasado aguantando un par de horas, a pie quieto, que pasara una procesión, para acabar siempre con un “pero ha merecido la pena”. Y todo esto, sólo por el “qué dirán”. Luego dirán que no nos tenemos merecido lo que nos pasa.
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