Durante buena parte del siglo pasado la gente solía fallecer "de muerte natural": ésta era una categoría que no se tenía en cuenta para la estadística de las patologías o accidentes, de forma que daba la sensación que los verdaderos problemas de mortandad se centraban en los atropellados por carruajes, intoxicados por el brasero, o aplastados por el derrumbe de algún edificio tras una explosión de gas. Hoy, por supuesto, nadie muere "de muerte natural", sea joven o anciano: uno "palma" por una insuficiencia renal o respiratoria, por un paro cardiaco, por un derrame cerebral, etcétera, etcétera, etcétera.
El sistema económico que más muertos ha causado a lo largo de su existencia es, de lejos, el sistema capitalista, pero, al igual que con la "muerte natural" sus víctimas no se computan, o, si se hace se atribuyen a "causas naturales", pues es natural que el sistema capitalista destruya la tierra y todo lo que en ella habita: hasta se justifica en aras del progreso y del bienestar de ¿la mayoría? de las personas. Son, además, víctimas dispersas por las partes más pobres del planeta, dejadas morir de hambre, por guerras o por catástrofes evitables: un método más barato y discreto que el fusilamiento.
Para el resto de las "patologías" sí se lleva por cuenta el número de muertos, tanto si esos otros sistemas eran realmente distintos del capitalismo, o si, simplemente, se trataba de aberraciones de dictadorzuelos alumbrados(*). También en esto hay una mayoría silenciosa: una mayoría de muertos silenciosa, que saben quién los ha matado, pero que no pueden denunciarlo, entre otras cosas, porque están muertos. Y los verdugos los tenemos ahí, muertos por dentro y a la vez vivientes por fuera: dirigiendo nuestros Gobiernos y Empresas. Y ¡Ay! a lo mejor nosotros, los opulentos ciudadanos de Occidente, nos hemos convertido en "zombies" como ellos.
(*) Hobsbawm, en su excelente "Historia del siglo XX" nos recuerda que el Gobierno Norteamericano tardó más de una década en "decidir" si el Régimen Cubano era o no era "comunista". No debía estar muy claro, o quizá les faltaba algún mecanismo jurídico, como la Ley de Partidos, para decidirlo instantaneamente.
Mejor, si cabe, es la trilogía de Hobsbawn sobre el siglo XIX.
ResponderEliminarYa estamos a vuelta con el pecado original por haber nacido a este lado del Rio Grande.
ResponderEliminarPoco tiene el mundo desarrollado que ver en las desgracias de esos paises, y en cambio mucho en el rápido desarrollo de algunos de ellos*.
(y no precisamente por amor o altrusimo, sino por la impresionante eficacia del egoismo racional)