En los manuales de Hacienda Pública “ortodoxos”, y aunque sus autores sean algo discrepantes con el “pensamiento único”, se pueden leer cosas como estas: “Los economistas consideran tres aspectos de la eficiencia necesarios todos ellos para que haya eficiencia en el sentido de Pareto. En primer lugar, la economía debe lograr la eficiencia en el intercambio, es decir, los bienes deben ir a parar a las personas que más los valoren. Si a mí me gusta el helado de chocolate y a ti el de vainilla, yo debo recibir el de chocolate y tú el de vainilla. En segundo lugar, debe haber eficiencia en la producción. Dados los recursos de la sociedad, no debe ser posible producir una cantidad mayor de un bien sin reducir la de otro. En tercer lugar, la economía debe lograr la eficiencia en la combinación de productos de tal manera que los bienes producidos sean los que desean los individuos. Si estos valoran mucho el helado en relación con las manzanas y si el coste de producir helado es bajo con relación al de las manzanas, debe producirse más helado”(*). Así explica Stiglitz lo que es la eficiencia del mercado para acabar concluyendo el tema con la siguiente frasecita: “Por tanto en los mercados competitivos ideales, se satisfacen las tres condiciones para las que haya eficiencia en el sentido de Pareto”.
Pero, en el mundo real y los mercados reales ¿pasa ésto? Vayamos con cada una de las tres condiciones básicas de eficiencia propuestas por este autor.
En este post, para no ser cargante, vemos la primera y en los dos siguientes las demás:
En este post, para no ser cargante, vemos la primera y en los dos siguientes las demás:
Primero.- Eficiencia en el intercambio. En un modelo de economía planificada, el órgano burocrático de turno me dice qué debo consumir, e incluso me facilita la correspondiente cartilla de racionamiento con los productos y cantidades que, por cierto, serán bastante similares a las de mi vecino aunque nuestros gustos sean distintos: aparte del helado de chocolate, me han metido helado de vainilla, de fresa (que odio) e, incluso han tenido la descortesía de incluir legumbres y verduras, productos del pasado, que son perseguidos en las economías de mercado y relegados a los últimos estantes de las grandes superficies. Esto, la cartilla de racionamiento, a cualquier ciudadano occidental, le resultaría odioso y contrario a su libertad personal.
El mercado, sin embargo, se comporta mucho mejor: si a mi me gusta el helado de chocolate voy y compro helado de chocolate, y el vecino que se compre el helado de vainilla y que desaparezcan de una vez de la vista las lentejas y las lombardas. El principio de eficiencia en el intercambio se cumple así, a costa de un detalle “insignificante”: tener en el bolsillo dinero suficiente para comprar el dichoso helado de chocolate. Luego la satisfacción de nuestros deseos no se produce sólo por la existencia de un mercado sino, además, por la posibilidad de que cualquiera que quiera algo tenga dinero suficiente para comprarlo, pues, como dijo Marx, todo se puede comprar, pagando un módico precio en sangre (ni en esto fue original, se le había adelantado “Chéspir” con su mercader de Venecia y su libra de carne).
Resulta consolador poder decirle a un ciudadano de un país libre y con economía de mercado, como Ruanda, que su sistema económico asigna los recursos de forma eficiente y que le permite comer helado de chocolate en lugar de helado de vainilla, si aquél le gusta más que éste. Sólo los obcecados podrían pretender una cartilla de racionamiento con acceso a productos que no les gustan: los obcecados y los que se resisten a morirse de hambre.
Parece que en este caso una economía planificada es más eficiente en salvar vidas que una de mercado, aunque, claro está, para muchos esas vidas son carentes de valor: de ahí la ineficiencia de una economía planificada.
Parece que en este caso una economía planificada es más eficiente en salvar vidas que una de mercado, aunque, claro está, para muchos esas vidas son carentes de valor: de ahí la ineficiencia de una economía planificada.
(*) Stiglitz, J.E. La Economía del Sector Público. 3ª edición. Antoni Bosch. Barcelona 2.006 (pp. 75-76)
la cartilla de racionamiento en situaciones extremas posiblemente sería preferida por cualquiera antes de morirse de hambre, aunque no veo argumentos que puedan apoyar la teoría de que la economía planificada, además de planificar la cartilla, sea capaz de producir lo planificado con eficiencia... ¿o es que acaso la cartilla se planifica cuando se ve lo que hay y se reparte a cada uno su parte aunque no llegue a cubrir las necesidades nutricionales básicas?
ResponderEliminarp.d. al leer el título pensé que ibas a meter caña al libre mercado con todo el asunto de los aranceles mutuos USA-China, ahí sí hay mucha tela que cortar.
hablar
Tranqui... que el post tiene tres partes: ya hablaremos de la eficiencia en la producción y en la combinación de productos. Siento lo del título: lo de los chinos queda para otra ocasión...
ResponderEliminarMe reservo para el final ...
ResponderEliminarVale, Demecé, ahora sabemos que la eficiencia vale más que la misma vida. ¿Alguien le puede dar el novel a estiglich el Progre, plis?
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