Todo aquél que haya tenido que recurrir a la Justicia en este país, sabe que, a su lado, la agilidad de un caracol es felina: un problema con el vecino, un cliente que no paga, un accidente de tráfico... demanda, traslado a las partes, oposición a la demanda, alegaciones, proposición y práctica de prueba, aplazamientos, vista oral, sentencia, recursos, ejecución... Con razón, en el foro, se ha acuñado la sentencia: “justicia demorada, justicia denegada”.
Pues bien, mientras los ciudadanos “de a pie” esperamos largas colas a la puerta de la discoteca judicial, “los vips”, entran por la puerta de al lado, sin colas, sin esperas, sin moscones ni gentes molestas...¡Como Dios manda, en una democracia como la nuestra!
¿A quién debemos tanto honor?¿Quién es esa gente bien tan respetable? La niña de papá, que, a golpe de talonario familiar, primero quiso ser (mala) Directora de Cine y luego (peor) Ministra, ejerce de gorila-portera a la puerta del juzgado: ¿Usted quién es?, ¿a qué viene?:
¿A denunciar unos malos tratos?¿Han atracado a su hijo a la salida del colegio? Espere en la cola por favor, a que le llegue el turno, en el juzgado de instrucción número ochenta y tres de los de Fuenlabrada. ¡Ah! ¿qué viene de la Sony, de Buenavista, de la Fox, de parte de Cerezo o de Ramoncín(*)? Pase, por favor, por aquí (dice con una sonrisa, agachando la cerviz), le tenemos reservado la sala VIP (la Audiencia Nacional), de momento tómese una suspensión y en cuatro días lo tiene resuelto, ¡No hay de qué!¡Faltaría más!
Evidentemente, en la sociedad adquisitiva en la que vivimos todo el mundo tiene derecho al producto del trabajo (del suyo o del ajeno, eso da igual), a la defensa de la propiedad “privada” de lo que ha arramblado, sean obras de arte, medicamentos o llaveros, pero, for favor, no se cuele: ¡Ministra! Ese, ese, el del “barbur”, ¡le he visto! ¡que se cuela, Ministra, que se cuela!...
(*)Me encanta cuando se expresan con sinceridad: la “industria” cultural, “contenidos”, “productos culturales”. Ellos mismos se delatan: yo ya sospechaba que lo que producen no es arte (el verdadero artista raramente se preocupa del garbanzo) sino otra cosa: baratijas, vendible, excrecencias del capitalismo, como las vuvucelas, o las “pogüerbalans”.
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