Hoy se cumple el ochenta aniversario de la proclamación de la Segunda República. Como anticipé, el acontecimiento pasará casi desapercibido, lo que es propio de un Régimen que no deja de ser un amejoramiento del Estado nacido el primero de abril de 1.939.
De nuevo mis lectores antagonistas volverán a afearme el que siga anclado en el pasado, como un romántico bohemio. El pasado verano paseaba por la lisboeta Plaza del Comercio, donde colgaban carteles celebrando el centenario de su República: ¡Qué envidia! El país "hermano pobre" puede celebrar una República triunfante y, más de sesenta años después, una Revolución, la de los Claveles, que evitó la ignominia de ver morir a un dictador en la cama.
¿Y de qué les ha valido? Su régimen, al final, es análogo al nuestro: su República acabó en dictadura, su Revolución en un descafeinado... Pero siempre nos quedará la nostalgia de lo que pudo haber sido, sostiene Pereira, digo, sostiene Pessoa.
No, que va. Yo también soy un romántico bohemio anclado en el pasado. En el imperio :-)
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