"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

viernes, 25 de mayo de 2012

Duty Free III


          La Sanidad. 

              Es normal que en el Gobierno quieran que la pague el paciente. De tanto corretear con los Obispos se les ha pegado la idea “religiosa” de que el enfermo es un pecador al que dios ha castigado por sus pecados. Si los enfermos son seres impuros y la enfermedad un vicio, o un castigo por los vicios cometidos, “cada uno que se pague sus vicios”. La idea de que uno enferma porque quiere, curiosamente, no está tan erradicada como parece (al menos aquí, en Celtiberia) por diversas razones de orden psicológica: porque mientras uno está sano cree, como la muerte, que a “él no le va a pasar”; además la gente cree que lo que uno siente es dolor de verdad y lo de los demás son cuentos, sin olvidar la cuadrilla de empresarios que no han pegado un palo al agua en su vida y que se presentan como gente con una salud de roble, curtida por el trabajo (“el trabajo es salud”) cuando precisamente han conseguido ese estado de salud no a cuenta de trabajar, sino de haber vivido y comido bien toda su vida.

            Esa idea de que la Sanidad es cosa de otros (“de los enfermos”) y de que enfermo imaginario es el otro explica la poca solidaridad que hay en esa materia. Aquí, en el análisis de beneficiarios hay que concluir que el enfermo es el principal beneficiario de la Sanidad: es el ser (vivir) o no ser (morir).

     Hay beneficiarios secundarios, claro está: el empleador en primer lugar ya que la Sanidad funciona como el servicio de reparación de las “máquinas humanas” que emplea y que muchas veces se estropean porque el cabrón de él no pone las medidas de seguridad necesarias. El empleador es, además responsable del maltrato que sufren esas “máquinas humanas”, que hace que luego enfermen y que, llegada la edad de jubilación tengan la espalda echa un ocho de tanto llevar cajas de aquí para allá porque el empresario prefirió gastar en un safari antes que invertir en una carretilla eléctrica: no es sólo beneficiario de la Sanidad (reparación) es también un generador importante de gasto sanitario al estropear la salud de sus trabajadores.

           La sociedad, en general, también se beneficia de una buena Sanidad, tanto por lo que se refiere a la prevención de contagios, epidemias, como al bienestar general que la Salud genera.

         Identificados, como digo, los beneficiarios la cuestión es si deben pagar todos ellos y cómo: el enfermo parece claro que no, o, al menos el enfermo que quiere curarse y que sigue las prescripciones médicas. Empresarios y sociedad serán, entonces, los que tendrán que apechar con el gasto, y lo harán vía impuestos. De nuevo los Impuestos, y los impuestos progresivos en función de la verdadera capacidad económica de las personas, se muestran como la única solución al problema.

sábado, 12 de mayo de 2012

E.T.


          El llamado “mercado de viviendas de alquiler” parece un paciente de House: se aplican continuamente tratamientos para su mejora y cada vez lo tenemos peor. Es curiosa la ensalada progre-liberal de pastillas que se le han arreado al enfermo, que sigue y seguirá en estado comatoso. Veamos algunas de ellas:

          1.- A ratos se piensa que la solución es favorecer al inquilino, bien mediante ayudas, bien mediante desgravaciones fiscales. Dar dinero al “bisho” para que pueda alquilar una vivienda es lo mismo que metérselo directamente en el bolsillo del dueño de la vivienda: a continuación sube el alquiler en el mismo importe que la renta y asunto solucionado: lo hace porque es un mercado cautivo en el que el arrendador (los pocos que hay por lo que luego se dirá) pueden aprovecharse de esas ayudas vía aumento de precios sin problemas. La guinda del pastel lo ponen medidas como la de la “pija de Gràcia” con sus rentas básicas de emancipación: se pone dinero en la mochila de los chavales para que se la entreguen graciosamente al propietario; los que no son tan jóvenes se quedan sin nada mientras ven cómo el arrendador sube los precios “para todos”, y alquilan primero a los jóvenes y a los demás ya se verá. Los demás, como es lógico, se cagan en todos sus muertos, sean éstos catalanes o andaluces, como recientemente (y a ratos) se descubrió.

          2.- Otras veces (o de forma conjunta) se cree que hay que “mimar” al dueño: se conceden beneficios fiscales al arrendador, dejando exentas o cuasiexentas los alquileres que obtiene. También se piensa que la gente no alquila por miedo al desguace del piso o al impago de las rentas. Estas medidas son injustas(*) e ineficaces, como bien se ha visto hasta ahora.

           Todo es un problema de diagnóstico: podemos traer a Taub y todos los demás que forman el equipo médico habitual para que después de tropecientos errores nos digan algo que es esencial:

  • Que, por la parte del arrendador, dueño, propietario, casero... o cómo se quiera llamar la enfermedad es fácil: pocos de los propietarios de viviendas vacías, quieren, en realidad, alquilar. Compraron sus segundas, terceras... viviendas para especular, como si se tratara de activos financieros, para vender. Están cerradas, esperando un mejor momento (que el político anuncia a cada momento) para vender ganando o sin mucha pérdida, de la misma forma que esperan mis Iberdrolas compradas a nueve euros. Con esta perspectiva por más que se haga no se arrienda.

  • Por parte del inquilino, arrendatario, bicho.... o cómo sea sigue primando en España el concepto franquista de que “sólo la propiedad de vuestra vivienda os hará libres”: vivir de alquiler es lo último de la escala social, algo reservado sólo a inmigrantes y marginales. Se prefiere ser propietario de una cabina de teléfonos antes que “vivir de renta” en un piso. Esta mentalidad franquista ha sido aprovechada por igual por tirios (PP) y troyanos (PSOE) y, como Froilán, deja a la sociedad española tullida para siempre. La gente seguirá viviendo en casa de sus padres hasta que éstos le compren un piso, se comprará (poco) en los arrabales o en el rastro de viviendas, y a aguantar hasta que pase el temporal y pueda comprar la vivienda que me merezco, porque “yo lo valgo”.

        Con este diagnóstico el tratamiento es difícil: se puede administrar un “toque de cojones” al propietario que no alquile, crujiendo a impuestos la vivienda vacía, amenazando con la expropiación a un euro... a ver si, por obligación se anima a alquilar. En mi opinión la mejor solución es apostar (o haber apostado, no sé si ahora tenemos para ello) por la creación de un parque público de viviendas de alquiler potente (nada marginal) a precios razonables poseido y gestionado por los Ayuntamientos (risas). El parque de viviendas públicas español es enano al lado del de nuestros vecinos del norte, gestionados, en su mayor parte, precisamente por los ayuntamientos (gestos de seriedad). Se requiere, además de la pasta, que hoy es lo fundamental, desmontar la mentalidad franquista dominante en el PPSOE, para evitar que la vivienda pública se privatice casi inmediatamente otorgando a los inquilinos ventajosas opciones de compra.

            Garantizar el constitucional derecho a la vivienda mediante la vivienda pública de alquiler es una solución real si hay voluntad o utópica, si, como hoy, no la hay. Sería sin duda un avance en el socialismo si empezáramos a eliminar la propiedad privada en un bien esencial para la vida... Pero nada, ¡vamos a hacer otra biopsia!, ¡A ver si es lupus!



(*) Que los queridos lectores se indignen cuando sepan que el casero que se forra alquilando viviendas a chavales con recursos paga cero impuestos porque esas rentas están exentas al 100% (gracias ZP) y que si las alquila a los demás tiene exento el 60% de lo que percibe (más gracias ZP, sobretodo a partir de 2.011, cuando lo subiste del 50 al 60%, a la vez que te cargabas el cheque-bebé). Recordadlo cuando miréis lo que os retienen en la nómina o lo que pagáis en el IRPF, ahora que estamos en campaña.

lunes, 7 de mayo de 2012

Duty free II


            Vamos con la educación y sus dichosas “tasas universitarias” (que, en realidad, son “precios públicos”). En todas las casas decimos a nuestros "guajes" “estudia si quieres ser algo en la vida” y, desde Pinocchio hasta hoy sabemos que el que estudia se hace un hombre de provecho y el que no, acaba de burrito en las minas de sal, explotadas por algún secuaz de la CEOE. El neoliberal ve en este prejuicio “petroleo” para vendernos la idea de que, puesto que el beneficiario de la educación es el alumno, que sea él (o sus papás) los que sufraguen el coste.

        Hagamos de nuevo el análisis que proponía en el capítulo anterior. El primer beneficiario de una persona formada, instruida o “empleable” (el concepto de educación murió con Bolonia) es el empleador: no es lo mismo contar con arados de bueyes que con tractores, ni da igual comprar ábacos que ordenadores. El tipo de empresa, su productividad y la capacidad de competir variará enormemente si sólo tengo disponible mano de obra analfabeta, que si tengo a mi disposición universitarios. En el capitalismo las personas son máquinas, llamadas “task force” o recursos humanos: a mejores máquinas mayor y mejor producción que es de lo que se trata: producir, producir, producir... hasta llenar el mundo de productos que nadie puede comprar.

           El empleador, además, se beneficia de tener esas máquinas humanas “a pie de obra”: si tuviera que ir a buscarlas más lejos, el factor humano le costaría más, perdería tiempo en encontrarlas y cualquier reemplazo sería muy gravoso de la misma forma que cuando se nos estropea el router y hay que mandarlo a reparar a Corea o traer la pieza desde allí (en cualquier caso son seis meses de espera y pagar los portes). 

           El segundo beneficiario es el estudiante, es obvio. Mediante la formación asciende (o ascendía en tiempos más románticos) en la escalera social para ocupar puestos “con mejores vistas”, es decir, sobre las cabezas de otros más tontos (culpa de ellos) o con menos oportunidades (también culpa de ellos). Cuanto más “empleable” sea más dinero ganará y más pronto se desentenderá de que si ha llegado ahí ha sido por el esfuerzo solidario de los demás miembros de la sociedad y creerá que ha sido exclusivamente por méritos propios. Es increíble la cantidad de médicos, Abogados del Estado, Ingenieros, Notarios... que piensan que todo lo que han conseguido se debe sólo a su esfuerzo personal, y creen que, naciendo en Somalia, o en una chabola ocupada por una familia de inmigrantes ilegales, hubieran llegado al mismo sitio dónde están ahora.

          El tercer beneficiario es, efectivamente, la sociedad: para su armónico funcionamiento para rebajar el nivel de ruido y reyertas, así como para evitar las intoxicaciones por gases en las piscinas, se precisa contar con el menor número de “canis” y “chonis” posible: esto es tan importante, se genera un beneficio social de tal orden que los países civilizados han entendido que debe existir unos niveles de educación obligatoria y gratuita, que van desde los dos o tres años que propone "Espeonza Aguirre", hasta los 80 o 90 que serían precisos para desidiotizar a algunos elementos especialmente contumaces. Cuestión distinta y peliaguda es decidir si la educación gratuita además de “deschonificar” tiene que acabar haciendo a “to'quisqui” universitario, entre otras cosas porque no tenemos puestos de trabajo universitarios para todos los españoles. Pero esto es otra cuestión que tendremos que abordar en su momento.

              Llega la hora de pagar por lo que no es gratis. Con lo que hemos visto ¿cómo lo hacemos? Parece sencillo si separamos la educación básica de la “otra”: la primera la pagamos entre todos, cueste lo que cueste (vía impuestos), la segunda... ¡También! Las empresas ganan MÁS teniendo empleados más formados, pues que tributen MÁS por sus beneficios (o que paguen un impuesto especial para contribuir al sistema educativo); los trabajadores con estudios ganan MÁS debido a su formación, pues que tributen MÁS por su retribución (I.R.P.F.(*)). 

          Sólo queda discutir, en este segundo caso, si la financiación la hacemos por un mecanismo de solidaridad intergeneracional o no; me explico: si lo hacemos así, los trabajadores cualificados de hoy pagan, con sus impuestos, la formación de los de mañana, si no aceptamos la solidaridad entre generaciones, prestaremos hoy a los estudiantes el dinero que necesitan para la formación y que tendrán que devolver a la sociedad el día de mañana. Este segundo sistema parece más costoso e ineficiente, pero, visto el aire neoliberal que corre, recomiendo a los lectores que recalifiquen la propina que les dan a sus hijos como préstamo, anoten las cantidades en una libreta y, al cabo de treinta años, les presenten la cuenta con intereses.


(*) Y si, finalmente, se van a trabajar a Alemania y pagan sus impuestos allí, habrá que pasar la cuenta de su formación a Merkel.

domingo, 6 de mayo de 2012

Duty Free I


           “Cree el ladrón que todos son de su condición”: eso es lo que le pasa al neoliberal cuándo quiere hacer creer que “progres”, “rojos”, “yayoflautas” y demás especies piensan que “todo es gratis”. Nada más lejos de la realidad, en todo caso, los grandes devoradores de la “sopa boba” son ellos, los neoliberales, acostumbrados a “emprender” con las empresas y capitales heredados de sus padres, a base de subvenciones y contratas públicas, en mercados “cautivos y desarmados” como el celtibérico (así, cuando salen fuera, son la mofa y befa de sus hermanos capitalistas mayores, sardinas entre tiburones). Crean incluso gilipollescos blogs como el “nadaesgratis” y similares, para irnos metiendo en la cabeza que los recortes sociales son, en realidad, el justo precio de los servicios que recibimos y que, como niños en un puesto de “chuches” (que diría Mariano), se nos antojan continuamente como si no costaran nada.

           Mienten y mienten a sabiendas. Llevo cuatro años explicando a los alumnos (y a quién me quiera oír) que aquí, efectivamente, “nada es gratis”, la cuestión es QUIÉN TIENE QUE PAGAR. Nada de pensar que las cosas no tienen coste, que caen del cielo, o que surgen de la nada: los servicios públicos, las prestaciones sociales... cuestan dinero.

           Y aquí, al llegar al nudo gordiano de la cuestión, el neoliberalismo rampante aporta su solución: los servicios públicos, como los demás bienes, los tiene que pagar el usuario, el que los usa, los disfruta o los padece (según su calidad): y ahí el pobre ciudadano, acostumbrado a pagar la luz, el agua, el teléfono, el canal+, claudica y entiende, como lo más justo, que también deba pagar por la Sanidad, la Educación, la policía, los bomberos, la autovía, el metro... De esta perversa idea extraen su corolario: si los servicios los deben pagar los usuarios, no deben ser deficitarios: si los ingresos no alcanzan a cubrir los gastos de un servicio público, lo que hay que hacer es subir los precios que paga el usuario (billete de metro, tasa universitaria, peaje, copago...).

             Nada más lejos de la realidad: la idea de pagar por lo recibido es injusta y regresiva (o puede serlo): de la misma forma que los bebés no pagan sus “dodotis” (aunque cuestan dinero y bien que los usan) no se debe hacer un silogismo entre coste de servicio y pago por el usuario. Desgraciadamente son muchos años de pensamiento único y de gobierno PPSOE incidiendo en la idea de que se pagan impuestos por los servicios que se reciben para que ahora, en dos minutos, la gente se caiga del caballo y se dé cuenta de que impuestos (y contribuciones y tasas y precios públicos y privados) y servicios no tienen por qué ir unidos: se pagan impuestos por lo que se tiene o gana (capacidad económica) y se recibe por lo que se necesita (prestaciones sociales). Quizá, en su origen, la culpa de todo la tenga Radio Futura y aquella cancioncilla que decía “Yo pago MIS impuestos/ y tu eres MI enfermera de noche”: de esos polvos (nunca mejor dicho), estos lodos.

              A la idea neoliberal de pago por uso, e ingresos y costes equilibrados hay que oponer un análisis coste-beneficio que, en primer lugar incorpore los costes y beneficios sociales además de los puramente monetarios, a continuación indique quiénes son los verdaderos beneficiarios de un servicio público (y no los aparentes) y, finalmente, discuta si esos verdaderos beneficiarios deben o no afrontar el coste (y en qué cuantía) del servicio.

           A propósito he descartado el viejo truco neoliberal de centrar el debate en el coste monetario del servicio, para, como ellos hacen, añadir enseguida lo “insostenible” que resulta: la falacia consiste en desviar la atención al hecho de que los servicios sociales son una cuestión “de reparto”, de a qué destinamos los beneficios de la actividad económica, por lo que nada “es caro o barato” ni “lo podemos o no pagar”: todo se puede pagar mediante la redistribución vía impuestos, destinando más cantidad de beneficios (en los bolsillos de los que más tienen) a pagar esos servicios. Esto lo veremos muy claramente cuando analice el sistema de pensiones, pero resulta evidente con un ejemplo: cinco amigos podremos ir a comer todos los días del año a Arzak, aunque cuatro de ellos sean “ceroeuristas”, siempre que el quinto sea, por ejemplo, Adolfo Domínguez: sólo es cuestión de que sea éste último el que pague la factura, de grado o por la fuerza: por la fuerza de un sistema coactivo (el Estado) que imponga la redistribución,

        En la serie de post que iré publicando sucesivamente los siguientes días, y, a modo de argumentario antineoliberal, realizaré este análisis para los siguientes servicios públicos: el metro, la educación, las autovías, la Sanidad y las pensiones, por ser los temas más candentes. Se admiten sugerencias para incorporar más elementos a la serie.

      Empiezo por el metro (y en general el transporte público), como aperitivo, porque es un tema que ya se ha tratado en este blog: en apariencia el beneficiario del metro es el usuario, y en la visión neoliberal así es. Pero lo cierto es que el primer y mayor beneficiario del metro (y del transporte público) es aquella persona que tiene propiedades cerca de una estación de metro (parada de autobús, estación de tren...) porque su propiedad se revaloriza enormemente, lo que le supone, o bien mayor ganancia patrimonial si la vende, o aumento de sus rentas, si la alquila.

     El segundo mayor beneficiario del metro es el empresario/empleador que consigue, tener, a pie de fábrica a sus obreros (“blue or white collars, of course”) de una forma barata y eficaz. Si no existiera el transporte colectivo, tendría que pagar más a los trabajadores, construir aparcamientos en la empresa, fletar autobuses o habilitar vehículos para el transporte de ganado (la opción favorita del empresario español)... Todo eso el empleador se lo ahorra.

       Finalmente está también, obviamente, el usuario: y entre estos, podremos también distinguir entre aquellos que no les queda más remedio que usar el metro (para trabajar, para llevar a los niños al colegio, para ir al médico...) de aquellos otros que lo utilizan esporádicamente, bien porque van de turismo, bien porque, acostumbrados a viajar en taxi, les resulta una experiencia exótica y les es de utilidad para, en las entrevistas que les hacen, poder darse un toque “proletario”.

       A partir de aquí, podemos aplicar un reparto de costes, en el que la parte del león la sufraguen propietarios y empresarios, y que el usuario por obligación pague (vía abono mensual) la menor parte posible... ¡Tal y cómo se viene haciendo en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao...!¿Verdad?

sábado, 28 de abril de 2012

¿Cara o cruz?

             ¿Qué deberíamos hacer bajo el supuesto de que los ciudadanos de este país fuéramos soberanos (risas)? ¿Seguir en el euro o salirnos y volver a la peseta? Es la pregunta del millón, especialmente para el especulador de moneda. Para él, acertando, se lleva directamente  el premio de "atrapa un millón".

             Esta pregunta me la han planteado tanto en la presentación de ATTAC Castilla y León como en las jornadas del Ateneo Republicano de Astorga. Mi opinión personal, que allí manifesté, es que abandonar el euro o continuar en él nos lleva al mismo punto: supone un aumento de precios al doble y una disminución del poder adquisitivo a la mitad. La diferencia está en el tiempo: abandonando el euro tenemos este empobrecimiento en diez minutos y continuando en él llegaremos a esa situación de pobreza en 10 años.

             Siendo esa la diatriba parece preferible la segunda opción: 

            - En primer lugar porque el cuerpo se acostumbra al hambre mejor en 10 años que en 10 minutos; 

             - En segundo lugar  porque el escenario de 10 años podría ser reversible si los países que "de facto" dirigen la UE cambian de opinión, lo que podría resultar de un cambio político interno de Alemania y Francia. 

              Para que prospere esta segunda vía realmente no hacen falta grandes cambios, nos basta un "Obama germano", un "Schwarzpresident". Si esto no se consigue y Merkel u otra marioneta que represente el poder económico centroeuropeo sigue al frente del "Tercer Reich económico", habría que pensar en una política de alianzas antialemana en la que, necesariamente, habría que implicar al Reino Unido, política que, entre otras cosas, llevara un cambio de las políticas fiscales. 

              Como las políticas obsesivas de control de déficit y de "blindar la máquina de hacer dinero" son autodestructivas, es posible que el factor tiempo juegue a nuestro favor: diez años dan para que el mito de la contención del déficit afecte a países que hoy lo defienden (se acaba de ver en Holanda) y que los mercados asedien con la prima de riesgo a la deuda pública francesa lo que puede hacer "bajar de la burra" al bloque llamado Mercozy o a sus herederos.

              Mi posición es de permanencia activa en el euro, tratando de facilitar el cambio de rumbo en el plazo fatídico de esos 10 años. Se deberá quizá a la debilidad humana de dejar de fumar, hacer ejercicio y seguir una dieta, hoy no... ¡mañana!

miércoles, 18 de abril de 2012

Don't cry for me, Argentina!


      Respecto del “tema”, es decir, de la nacionalización parcial de la empresa REPSOL, por lo que respecta a su filial argentina, YPF, lo primero que me viene a la cabeza, en un blog tan pedante como éste es el término “jingoismo”, que ya he comentado en otros posts: viejo vicio inglés que los españoles hemos copiado porque ya sabemos que un rasgo diferencial de la idiosincrasia de este país es copiar todo lo malo que viene del exterior, y renegar de todos los avances extranjeros. ¡Qué bonito hubiera sido ver el mismo empeño del gobierno español en defensa de los intereses de justicia que exige la familia de Couso que en los intereses económicos de la empresa privada Repsol! Pero se conoce que esa familia no tiene pozos de petroleo.

       Dicho esto, conviene analizar con calma algunas circunstancias que, difícilmente vais a encontrar en otros blogs:

           En primer lugar tenemos las circunstancias jurídicas. La Constitución Española de 1.978, en su artículo 132.2 dice que “son bienes de dominio público estatal los que determine la ley, y, en todo caso, la zona marítima-terrestre, las playas, el mar territorial y los recursos naturales de la zona económica y la plataforma continental”. En esa misma línea el Código Civil indica que es de dominio público tanto el vuelo como el subsuelo de los predios. Así, por ejemplo, cuando un propietario excava un pozo en su finca y obtiene agua, ese agua y ese pozo NO son de su propiedad, sino del Estado. Si quiere aprovecharse de ese agua tendrá que solicitar una autorización para su uso, que se le podrá o no conceder. Otro tanto sucede con las minas, que son también bienes de dominio público que se explotan, en régimen de concesión, por empresas privadas. Es frecuente que la gente de la calle, el común ignore estas cosas y crea que todo lo que está “debajo” de su propiedad, es suyo (por encima tiene más dudas, aunque podría reclamar la propiedad de alguna estrella (aunque sea en multipropiedad), pero lo ve más lejano (y sin beneficio económico de momento).

          Más cosas jurídicas: la constitución también indica, en su artículo 45.2 dice que “Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva”. Respecto de las expropiaciones el artículo 33 somete el derecho a la propiedad privada a la función social (33.2) y, en el artículo 33.3 dice que “nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes”.

       En definitiva, nuestra Constitución y todas las constituciones de nuestro entorno contienen clausulas que garantizan el poder del Estado sobre los recursos naturales del país y la posibilidad de expropiaciones por utilidad pública o interés social (conceptos jurídicos indeterminados muy amplios). Lo que sucede en el presente caso es que lo que queremos para nosotros no queremos que lo quieran para ellos los países menos desarrollados: es decir, la ley del embudo. Mientras Noruega o el Reino Unido explotan de esta forma los recursos petrolíferos del Mar del Norte sin que nadie diga nada, si los Estados latinoamericanos quisieran aplicar ese modelo jurídico les declararíamos la guerra. Sólo nuestras leyes son las buenas (las de los otros deben ser una especie de “mandados tribales”) y nosotros decretamos lo que es de utilidad pública e interés social para los argentinos. Es una bonita forma de confirmar el punto de vista de los que creemos que el colonialismo no ha terminado.

Atendamos también a los factores económicos. La extracción de petroleo, corresponde a una actividad económica que, en toda tierra universitaria de garbanzos, se denomina “monopolio natural”, concepto del que ya hemos hablado en otros posts. Este tipo de actividades tienen el “pequeño” problema de que requieren tal cantidad de costes fijos (inversiones de mucha cuantía) que no están al alcance de cualquiera, por lo que el mercado no garantiza la competencia perfecta. De hecho el caso de los monopolios naturales es objeto de estudio en cualquier asignatura que trate de la Economía del Sector Público, pues es un caso de fallo de mercado conocido desde Adam Smith (el mismo lo analiza en su libro “La Riqueza de las Naciones”) y que resulta incuestionable para todos, excepto para imbécil de Rallo. Pero, como aquí no estamos para enseñar a imbéciles sino para ilustrar al público en general, baste citar al conservador Rosen, que, en su Manual de Hacienda Pública califica al monopolio natural como la “situación en la que los factores inherentes al proceso productivo conducen a que sea una única empresa la que suministre toda la producción de la industria”. Este autor y todos (salvo el grupito ultramontano de irreductibles antisistema(*)) exponen las soluciones a este problema que van desde las subvenciones, los gravámenes, la regulación hasta la nacionalización. Esta última solución ha desaparecido de los manuales modernos (y del pensamiento único): por ejemplo, el manual de Stiglitz lo comenta, como de pasada, al decir, “Cuando hay un monopolio natural con costes enterrados, existe el riesgo de que el monopolista se aproveche de su posición y cobre un precio elevado. Una manera de resolver este problema es, como hemos visto, la producción estatal”. Enseguida recula, para no salirse (por lo menos en la fecha en la que escribió esto) de la línea ortodoxa de pensamiento, de los que curiosamente dicen no tener línea ortodoxa, por lo que añade “pero cada vez preocupa más que el Estado no gestione bien la producción. En lugar de intentar producir el bien directamente, puede dejar la producción al sector privado, pero regulando los precios para asegurarse de que la empresa no se aprovecha de sus posición monopolística. También puede recurrir a subvenciones para animarla a suministrar servicios que no le resultaría rentable suministrar pero que se consideran socialmente deseables, como los servicios de correos en las zonas rurales”. Hoy día, sin duda, lo más preocupante es cómo gestiona el sector privado estos servicios públicos, pero cuando el autor escribió esto todavía no se había caído del caballo.

            Pues bien, lo que está haciendo Argentina (y Bolivia y Venezuela...) es aplicar una de las posibles soluciones para evitar que el monopolista se “aproveche” de su posición, como dice Stiglitz. En ese sentido económico su actuación es irreprochable. Aún más, lo que están haciendo estos Estados Latinoamericanos es deshacer el erróneo camino de las privatizaciones de los servicios públicos. No hay que olvidar que durante siglos, las empresas de servicios públicos y las de monopolios naturales eran empresas públicas y, todo funcionaba con solvencia y estabilidad. Fue precisamente el proceso privatizador de los ochenta y noventa el que nos arrojó al turbulento mar en el que ahora estamos sumidos. Enhorabuena a los argentinos por reconocer el error y dar marcha atrás. ¡Ojalá pudiéramos seguirlo y volver a tener el control público de Telefónica, Iberia, Enagás, BBVA, Repsol... y tantas y tantas empresas públicas que, en la vorágine del neoliberalismo, regalamos a amigos y compañeros de pupitre!

            Otro factor a considerar es el laboral y tributario. Repsol, como la mayoría de nuestra “multinacionales” dan la espalda a la creación de empleo en el país en el que tienen su sede, o su centro gestor de negocios. Por eso no es sorprendente que cuándo se realizan los análisis de los empleos directos e indirectos (los más importantes) que estas empresas generan en España, el resultado es nimio respecto del que crean fuera de nuestro territorio. En suelo patrio únicamente se emplea a un puñado (apenas dos o tres mil) lacayos de cuello blanco que vivaquean en lo que hoy modernamente se conoce como los “headquarters” de estas compañías destinando la mitad del tiempo al apoyo en la toma de decisiones por las que se aniquilan pueblos enteros “allá en el tercer mundo” y la otra mitad dando por saco en internet, defendiendo a su amo por la cantidad de puestos de trabajo cualificados (debe ser por el uso de corbata) que aquí se crean, como truco para justificar el ser ellos unos de los pocos privilegiados que todavía trabajan en esas compañías.

           Respecto de lo tributario, el excelente artículo de Alberto Garzón describe la cantidad de impuestos que Repsol paga en España. En realidad, estas empresas no pagan impuestos ni aquí, ni allí, ni en ningún sitio: en parte porque aprovechan todos los agujeros habidos y por haber en la red de Convenios internacionales para arrastrar la rentas al territorio de más baja tributación posible, en parte y por lo que se refiere al Impuesto sobre Sociedades Español, por lo que comenté en otro foro: Repsol es una de las empresas que más se aprovechan de la regla “un euro ingresado y un céntimo pagado en impuestos” explicada en dicho artículo.

       “Last, but not least” están los factores productivos y tecnológicos. Para estos recomiendo leer el post de mi hermano sobre el tema. Es indudable que la industria del petroleo está en decadencia y que, como tal decadencia, nadie está dispuesto a soltar un duro si no va a obtener rentabilidad por ello. Es una prueba evidente de lo que Antonio lleva diciendo años: la falta de inversiones, de mejoras, en un sector que ya está muerto. Es normal en el sistema capitalista, donde todo está guiado por su valor económico y por la tasa de retorno económico (TAE) en lugar de, por ejemplo, la de Retorno Energético (TRE)(**), eso sea lo habitual y que Repsol, conociendo lo ruinoso que sería seguir invirtiendo capital en pozos cada vez más secos, prefiera arreglar las máquinas ya existentes con esparadrapo y papel de cello, antes que comprar otras, que es de lo que, inicialmente, le acusaba el Gobierno de Argentina. Es posible, incluso, que Repsol haya preferido librarse de un negocio que lleva camino de ser ruinoso, de la misma forma que intentamos vender el coche en cuanto empieza a dar problemas. En este caso todo sería un montaje, un tongo de plató de Telecinco, para, por un lado, demonizar al enemigo extranjero (al “progre latinoamericano”) y por el otro distraernos de nuestros problemas diarios y de los políticos que los agravan. Es curioso porque eso es, precisamente, de lo que acusamos al gobierno argentino, de desviar la atención de sus problemas.

          En cualquier caso, dicho lo dicho y volviendo a la idea del nacionalismo exacerbado del Señor Holyoake, para el caso de Argentina la solución de nuestro gobierno es clara: “send a gunboat”

(*) Demsetz y Stigler.
(**) y, desde luego, para nada con la tasa de retorno social (TRS) que desde aquí reivindico.

sábado, 14 de abril de 2012

Acción Republicana

                 Queridos lectores: 

                A continuación os escribo el guión de la charla que impartí en las VI Jornadas Republicanas en el Ateneo Republicano de Astorga, el pasado 12 de abril. ¡Salud y República!



Alternativas económicas al libre mercado. Desmontando los mitos del neoliberalismo

El mercado. Todo gira en torno al mercado. Mercado ha habido siempre pero el capitalismo ha convertido el mercado en el lugar dónde el capital se multiplica hasta la saciedad. Hasta el momento de la eclosión del capitalismo como sistema económico dominante el mercado era un lugar de intercambio de bienes y servicios como instrumento para satisfacer las necesidades de los individuos.

A partir del capitalismo el mercado es el instrumento para la acumulación de riqueza. Debemos combatir el absolutismo moral de “todo por y para el mercado” para poder ser libres.

Los mitos del neoliberalismo:


    • El primer pilar del neoliberalismo es que TODO está sometido al mercado: todo es mercancía (las leyes, la Sanidad, el agua, la vida...) Pero lo cierto es que la mayoría de los bienes, de las personas y de las cosas que tienen valor deben permanecer fuera del mercado: reinvindicar el viejo concepto jurídico de loinalienabley delres extracomercium. Nuestra tarea debe sersacar todo lo que se pueda del mercado: las personas, lo recursos naturales, los bienes de primera necesidad, la cultura, las relaciones entre personas... Cuánto menos mercancías sean objeto de mercadeo, más pequeño y menos fuerza tendrá el mercado, y más las personas y las sociedades.

    • El segundo pilar del neoliberalismo es que el mercado es un instrumento perfecto de asignación y distribución de recursos. Pero la doctrina económica enseña que el mercado falla más que una escopeta de feria (bienes públicos, monopolios naturales, las externalidades, recursos comunes, competencia imperfecta, mercados complementarios, selección adversa, el paro, la inflación, la falta de información...) Debemos denunciar los fallos del mercado y convenir que el mercado sólo puede funcionar si está sometido al control público y a la voluntad de los ciudadanos.

    • El tercer pilar del neoliberalismo es que la eficiencia es más importante que la justicia, que crezca la tarta, aunque solo se la coma una persona: la igualdad, la solidaridad la redistribución no sólo no importan sino que perjudican el funcionamiento de la economía. Pero lo cierto es que aunque exista un antagonismo entre eficiencia y equidad no siempre hay que resolverlo es con un 100% de una sola de los dos conceptos, y, en cualquier caso tenemos que tener dos cosas claras:

      • a veces no hay incompatibilidad, de hecho existen unidades de producción eficientes y equitativas (familias, kibutzs, conventos, cooperativas...);

      • en segundo lugar, tenemos que darnos cuenta de que la composición del cóctel entre eficiencia y equidad, en una sociedad democrática de verdad no la deciden los técnicos, ni los políticos, sino los ciudadanos.

    • El cuarto pilar del neoliberalismo se basa en confundir libre mercado con democracia. Parte de que el libre mercado es libertad y de que en un mercado la gente compra o vende lo que quiere. Pero no es cierto, por dos razones:

      • En primer lugar porque libertad no es igual que democracia: de hecho en total libertad (la jungla) no hay democracia: el más grande se come al chico.

      • En segundo lugar porque en el mercado sólo es libre el que tiene dinero. Una democracia convencional en la queun hombre es un votoes incompatible con la economía de mercado en la que un hombre es uno, cien o cien millones de votos en función del dinero que tenga. De hecho la economía de mercado y el capitalismo son incompatibles con la democracia porque funcionan en un plano de desigualdad: el que tiene y el que no tiene, el que tiene dinero y el que no, el que tiene los medios de producción y el que sólo tiene su fuerza de trabajo.

    • El quinto pilar del neoliberalismo es presentar al capitalismo y a la economía de mercado como el estado final de la economía y de la historia: el sistema económico que nos acompañará hasta el final de los tiempos. Pero lo cierto es que el mundo, la sociedad, las relaciones económicas son dialécticas: el capitalismo no existió desde el principio de los tiempos (aunque lo pretendan retrotraer mediante cuentos como los de Robinson Crusoe) y en algún momento deberá desaparecer. Es nuestra tarea acelerar el proceso de superación, por un sistema económico mejor, más justo, más respetuoso con el medio ambiente.

¿Cómo ha conseguido implantar en la sociedad , entre nosotros, estas ideas el neoliberalismo?

Mediante cuatro estrategias:

  • El individualismo: el triunfo del yo frente al nosotros. La idea de que la sociedad no existe, de que sólo somos la suma de unos individuos compitiendo contra otros individuos: la exacervación del egoismo, de la avaricia, entronando lo que durante siglos se consideraron pecados capitales. La creación del mito del héroe de película que salva él solo a su familia, si acaso a toda la humanidad (blanca y burguesa). No hay concesiones, nadie cede nada de lo suyo, ni siquiera a los familiares directos: vivimos y morimos aislados de todos, solos con nuestras cosas (cuánto más tiene el hombre y más cosas posee, menos es y su vida menos representa).

  • El miedo: el miedo físico, a perder tu vida o a perder tus propiedades (a empobrecerte, a arruinarte). Este segundo miedo cobra un papel preponderante en las sociedades occidentales, porque es quedarse sin nada, cuando ya hemos olvidado las relaciones personales. El miedo a perder la vida es mayor cuando hemos olvidado el dar la vida por los demás, por los seres queridos, por el cónyuge o por los hijos (nada hay más dulce que morir por la patria, quizá por la patria no, pero por el amor de tu vida puede ser distinto): en muchos casos no estamos dispuestos a la más mínima concesión. El miedo se inculca bajo la forma de amenaza: el neoliberalismo tiene la fuerza (ejército, policía...) y se convierte entonces en neoconservadurismo (neocons), y tiene también la posibilidad de privar del sustento a las personas, el despido, el endurecimiento de las condiciones laborales, la supresión de derechos, de ayudas para los más débiles...

  • La propaganda:la publicidad cumple el mismo efecto en democracia, que la violencia en la dictadura). Los medios de comunicación actúan creando un pensamiento único, no sólo mediante mentiras sino también acallandootras vocesde forma que parezca que no hay otra forma de ver las cosas: si alguna voz disidente accede se la ridiculiza o criminaliza.

  • La resignación: se hace creer a la gente que no hay alternativas, que no hay otra forma de hacer las cosas: se recurre a supersticiones, a atavismos o a religiones mal entendidas: hay que hacer sacrificios, penitencias para purificarnos, apretarse el cinturón, mortificarse... para llegar a la tierra prometida

¿Qué debe hacer el ciudadano/republicano consciente?

En primer lugar debemos resistir: resistirse ante al avance del pensamiento único, de la forma de pensar y actuar como se espera por parte del mercado, el capital, los poderes económicos y políticos.

En segundo lugar debemos organizarnos: quizá debamos dejar de lado pequeñas incompatibilidades y juntarnos para elaborar un proyecto en común y una unidad de acción. La primera victoria del neoliberalismo es la división de sus oponentes (proletarios del mundo, uníoslos capitalistas ya lo han hecho y van ganando).

En tercer lugar hay que actuar: hay que abandonar la cómoda posición del que todo le parece mal o no lo suficientemente bueno para implicarse, para colaborar o hacer algo. Actuar implica perder la inocencia (y algo de pureza moral), implica perder batallas, cometer errores, deshacer lo andado, volver a empezar, desesperarse, desilusionarse... Actuar de forma colectiva, además de todo esto, implica ceder en parte de nuestras ideas en favor de la unidad de acción. Pero la acción frente al neoliberalismo no es opcional: es una necesidad: o ganamos o perdemos; y si perdemos, la Humanidad, tal y como la conocemos, desaparecerá.

¿En qué podemos estar de acuerdo?

    • En que el sistema capitalista y la economía de mercado deben ser superados por un sistema económico mejor, más justo, más humano y más respetuoso con el medio ambiente: y ese sistema será, además de más justo, sin duda más eficiente. Y hay que empezar poco a poco: demostrando que la gestión pública puede ser tan buena o mejor que la privada, que determinados bienes son demasiado importantes para que queden en manos del mercado, que el mercado debe ser regulado SIEMPRE, para evitar que se convierta en un arma de destrucción masiva, que la competencia es más costosa en términos de recursos que la cooperación pues, trabajando en paralelo se duplican costes, se dividen fuerzas, mientras que trabajando en equipo se producen sinergias. Aunque los neoliberales lo nieguen muchos seres humanos unidos son más que la suma de sus individuos.

    • En que los modelos políticos construidos a partir de las relaciones económicas capitalistas deben ser superados también por otros modelos de participación política de todos los ciudadanos. Y, también se puede empezar poco a poco: aprovechando las instituciones existentes en nuestro favor, regenerando partidos y sindicatos, devolviendo el interés de los ciudadanos por la política...

    • En que allí donde podamos y esté a nuestro alcance tenemos que presentar batalla al neoliberalismo: en casa, en nuestra vida (no podemos ser el paradigma de aquello que contra lo que luchamos), en nuestro puesto de trabajo, en las fábricas, en las escuelas, en las universidades; explicando y resistiendo: explicando a los demás, que hay alternativas, otra forma de hacer las cosas, demostrando y denunciando las injusticias, barbaridades y muertos que, silenciosamente, provoca este sistema. resistiéndonos de forma pacífica a los empujes neoliberales, siendo consumidores exigentes, viviendo con menos, castigando a las empresas (no comprando) y a los políticos (no votándolos) que defienden el modelo neoliberal, ejercitando nuestros derechos de forma activa, construyendo sociedad civil...